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Pessoa

Por Luis Miguel Vicente García

Junio 2005

Te comprendo a ti y a tu hueste,
Tu compulsión por el estanco y el abismo,
Comprendo tu geminiana imaginación
Abriéndose como una primavera en todas direcciones
Y comprendo que poblaras tu corazón de nadie
Con poetas que tú mismo encendías.
Comprendo tus infinitas ganas de decir
Y de callar
Tu mundo interior desatado
Y sin ganas de corregir una palabra,
Comprendo tu soledad
Y tengo miedo a veces
De verme inmerso en un delirio
De femeninos nervios
Que sienten la resonancia de una plétora
Sobre un fondo que no se deja decir
Aunque todos tus poetas te tuvieran eternamente de pie
Escribiendo.
Comprendo cómo nacieron tus versos
Cuando te levantabas y te dirigías al mundo
Desde el púlpito solitario de los tímidos
Con un fuego que no gozó Napoleón ni Alejandro
Ni los retóricos de la vida pública.
Comprendo intensamente cuánto solo saboreabas
Cuando reposabas tu frente en un laberinto de palabras escritas.

***

Mi baúl también está lleno de restos de orgías de palabras,
Que me emborrachaban como a ti
Para seguir viviendo.
En vez de por el olor,
Nuestras vidas se reconocen por las palabras,
En el espejo de las tuyas veo mi cara.
Tu sensibilidad sin límites
Es lo que me asustaba
Como un incendio de todo el universo.
Y luego, tras el furor del pensamiento,
La mirada lúcida, tranquila
De quien ni siquiera es Pessoa
Ni nadie.
Sí, tú loco en todo caso como Shakespeare,
Como tantos solitarios pobladores de buhardillas
Como jaulas tristes que el canto borra
O maldice.
Sí, yo loco en todo caso como tú,
Confiado secretamente en la profundidad del agua.

***

Me sacuden tus piratas enloquecidos
Como gigantes del deseo
Y los atiendo
Para verlos morir
Junto a esa mujer de frenesí en que convierto mi alma
Esa mujer que por sentir
También se hace Tara y Virgen
Para recoger todos los sueńos tiernos de los hombres.
Tu mercurial pensar te negaba ser de un solo registro
Amabas igual el sol que la lluvia
La vida corta o larga,
Lo que hubiera de ser de un corazón de nadie.
Lo que haya de ser de los poetas envejecidos
Y solos en sus buhardillas.
Alguna madre de la secreta escala de Dios
Aliviará tu corazón de nadie.
Cuando se viene a la calidez de un vientre
Queda grabada la dulzura de Tara.
Por eso comprendo también tus ratos benditos
Saboreando paganamente la existencia
Que sabías más profunda que todas las palabras.
Comprendo que necesitabas
Aun cuando tú decías conformarte
Algún corazón bueno
Alguna noble mujer que lavara tu gabardina
O te ofreciera un caldo cuando volvías
De tus orgías de creatividad.
Porque un nińo tan solo entre los lobos
Era fácil presa de los venenos del hombre común.
Las almas tan delicadas
Necesitan esas casas creadas para proteger el arte
Las academias viciadas luego por los más ruines
Esa plaga de indeseables que todo lo usurpan
Y solo muerto les vales de pretexto
Para conseguir dinero que es lo único que aman.
Comprendo cuán entregado a los fatales designios de tu destino
Decías no importarte los hielos o las sombras
Porque el aire levantado de tus palabras
Corría sin que ellos pudieran detenerlo.
Tú construiste tu academia con tu contabilidad de día
Para que te alimentara y sustentara tu libertad de noche.
Pero yo te comprendo desde otra buhardilla
A la que a veces llega alguna buena mujer
Que se compadece de la fragilidad de un poeta
Yo imagino los vulgares con traje de académicos
Castigar tu corazón como el mío.

***

Aquieta el enfermo la espiral de sus nervios
Que arden en un mar de creatividad.
Los designios fatales no han de alcanzar
Lo que no es del tiempo.
Sonríe al atardecer lleno de ocasos
Temer uno más no reportaría nada bueno
Es natural que los jóvenes se agarren con uńas
A toda invitación a arder en esplendor
Y es natural que las almas se refugien unas en otras
Que las madres esparzan su amor...
Es natural la compasión infinita
Que alcanza una despedida
Y es natural ver las faltas con que peleamos
Y las rosas y espinas que nos dieron y dimos.
Es natural darse, para que otros comulguen
Lo que al amor se entrega para siempre.
Es natural sentir la profundidad impronunciable
Y agradecer el tesoro de sentir
Con sinfonía de voces,
Tus voces que te ponían de pie
Como cordón entre el cielo y la tierra,
Tus voces de nombres portugueses
Sobre todas las olas de la vida.
luis Miguel Vicente es autor de varios libros, entre otros "Luis Cernuda (Semblanzas)". Leer más >>
Valentín Pérez Venzalá (Editor). NIF: 51927088B. Avda. Pablo Neruda, 130 - info[arrobita]minobitia.com - TĂ©l. 620 76 52 60