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Heteronimias

Por J. Igor I. González A

Mayo 2006

«Ha aparecido en mí mi maestro», decía Pessoa —palabras más, palabras menos— al referirse a Alberto Caeiro. Sin duda, de sus más de setenta heterónimos (y de entre sus tres más conocidos) éste último es el más enigmático y espinoso, todo aquello que Pessoa no era, y quizá el núcleo desde donde se originarían, luego, las voces de Ricardo Reis y de álvaro de Campos. Pessoa no se explica sin Caeiro al igual que Hitler no se explicaría sin Cristo. Hay en ello una especie de visión paralática, una actualización de la dialéctica en la que Caeiro y Pessoa sólo pueden estar unidos mediante un cortocircuito: no son dos entes separados, sino el anverso y el reverso de la misma moneda.

Sin duda, la raíz poética de Caeiro evidencia la tremenda pesadez que marca el umbral de lo cotidiano. Y al mismo tiempo, su terrible e insoportable levedad. Pareciera que en principio, el ejercicio del oficio poético constituye, para Caeiro, una especie de vía dolorosa, un peregrinar errante, ineludible. él no hace poesía; la poesía lo hace a él en tanto que (le) ocurre, en cuanto que le pasa por encima y lo despedaza: si Caeiro escribe porque padece, también padece porque escribe. Porque se escribe; porque se disecciona a sí mismo en cada palabra, debido a que se abre en diagonal en cada verso. La poesía lo atraviesa en la misma medida en que él atraviesa por la poesía. Y quizá esta apertura tenga como límite, como punto de contacto, la vida misma. ésta es, tal vez, una posible clave de lectura para entender la raíz poética de este querido heterónimo: tal como decía Octavio Paz: Caeiro no cree en nada: simplemente existe

de esta manera o de la otra,


abyecto, como si vivir fuese la obsesión más pura, una vía de acceso a algo intangible, al núcleo duro del ser en el mundo. La vida como una puerta. La poesía como una llave. Y la conexión de Caeiro con la vida no significa, siempre, una reconciliación. Más bien al contrario: es un proceso tortuoso, que por momentos lo aleja de la Razón, es decir, lo lleva bordeando el desfiladero de la locura, lo hace escribir

con tino o sin tino,


a veces a patadas y echando espuma por la boca, con un terrible dolor en el vientre. Desesperado. La poesía como un infierno histérico/heteronómico. ¿Será entonces que la verdadera cercanía con la vida, con lo Real de la vida, es en ocasiones horrenda? ¿Acaso más que librarse de las ataduras, la libertad no radica en reconocer precisamente una prisión irreducible y constitutiva de uno mismo? Pero en otras veces, cuando la distancia entre Caeiro y la vida se reduce, y sus palabras son certeras y dan en el clavo, le parece que ha logrado traducirse

diciendo a veces lo que pienso,


Aunque esto no siempre es así. Escribir, para Caeiro, pone de relieve una especie de incompletud, que lo obliga a reconocer que sus ideas nacen en ocasiones limpias y transparentes, pero, inevitablemente también las ideas se abortan, nacen muertas unas, y

Otras a medias y con impurezas,


____A ello se suma una especie de impulso incontrolable, una obsesión que le obliga a reconocer la pesadez que le provoca la escritura, el contacto con eso que imbécilmente creemos que es la voluntad, la razón. Por eso a Caeiro no le es difícil decir:

Escribo mis versos sin querer,
aceptando la liviana cotidianidad del lenguaje, desmitificando al mismo tiempo el oficio del poeta/escritor. De modo que sitúa dicho oficio como un padecimiento, como algo que (le) ocurre sin desearlo. El heterónimo se deja habitar, pues, por el yugo de la poesía como una parte más de su identidad, de ese contacto con la vida que lo obliga a no pensar, sino a existir, como si la poesía no fuese una mentira,

Como si escribir no fuese algo hecho de gestos,
Como si escribir no fuese algo que me acontece,


Tan natural [¿pero acaso hay algo verdaderamente natural?]

Como tomar el sol si salgo.


¿Acaso lo anterior no implica un posicionamiento radical que deja entrever que la poesía vive a Caeiro y no a la inversa; que ésta le emerge de manera visceral, más allá de toda Razón? La poesía es, casi, como defecar. De forma que el entrañable heterónimo nos aclara:

Procuro decir lo que siento,
Sin pensar en lo que siento,


Escribir sería entonces, para Caeiro, una especie de instinto, algo que forma parte de su existir. Para demostrarlo, se deshace del vínculo entre Razón [pensamiento] y Mundo [palabra], por eso nos dice:

Procuro encastrar las palabras en la idea,
Sin usar el corredor,
Del pensamiento a las palabras


Así,

tras mucho divagar mi pensamiento cruza a nado el río le pesan los vestidos impuestos por los hombres


El pensamiento nada, fluye, vestido de la razón, como si ésta fuera su ropa, atravesando el río de los convencionalismos: la idea de un perro tiene que hacer referencia a un perro; las buenas costumbres nos dicen que es incorrecto decir perro y pensar en una mariposa. El río está ahí. Es esta pesada vestidura la que nos hace pesado el nado.

Por ello, lo más sensato es

Olvidar el modo de recordar que me enseñaron,
Borrar la tinta con que me pintarrajearon los sentidos


¿Acaso no es ésta una metáfora bellísima, en la que el sujeto es entintado por el color de la buena costumbre? Caeiro decide deshacerse de eso, y como un buen loco verdaderamente cuerdo, prefiere y procura olvidarlo. Se empeña minuciosamente en ello. De modo que junto con él nos invita a

desencajonar mis emociones verdaderas


Luego de despojarse de todo lo sabido, Caeiro se concentra en lo visceral, en lo opuesto a la razón [así, con minúscula]. Saca sus verdaderos sentimientos de dónde se los habían encajonado los mismos que le tachonearon los sentidos. Pregunta al margen: ¿quiénes son estos graffiteros de la mente?

Desembrollarme y ser yo –no Alberto Caeiro,
Sino un animal humano, un producto natural,


En fin, pareciera que abrirse, desencajonar sus sentidos, sus verdaderas emociones, implica una reconciliación con la vida. Aquí puede aducirse que adoptar la locura es, entonces, el medio para encontrarse con aquello que es verdadero en uno mismo, en ese animal humano que es en Alberto Caeiro más que Alberto Caeiro mismo, es decir,

El argonauta de las verdaderas sensaciones,
Sabiendo claramente y sin que lo vea


Pero Caeiro llega a su fin, al retorno del viaje, a la destemplada vuelta a la realidad Pessoa, al entorno Pessoa, al molde Pessoa. Ser un animal y dejar de ser Alberto Caeiro es, sólo, ¡solo! Poesía, es decir, una mentira idiota. Amanece. Pueden verse ya las puntas de los dedos del sol. Pero y quizá más importante, hay una terrible vuelta al camino iluminado de la razón, al reconocimiento de que la locura sólo le era temporal, que el deseo de convertirse en animal humano era una quimera, y nada más. Nada más. Caeiro, poeta que se escribe a sí mismo a través de la poesía, quizá el más querible de los histéricos y el más histérico de los queribles.

Pessoa no querría ser nada sin Caeiro.
No podría ser nada.
Aparte de eso…
Caeiro es. Y ya.
Valentín Pérez Venzalá (Editor). NIF: 51927088B. Avda. Pablo Neruda, 130 - info[arrobita]minobitia.com - Tél. 620 76 52 60