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La Fábrica de Chocolates o hacía una mitología del capitalismo.

Por Alejandro Vázquez Ortiz

Octubre 2006

Con la nueva versión de ‘Charlie y la fábrica de chocolates’, de Tim Burton se cierra un ciclo que venía gestándose desde la aparición del libro de Roald Dahl en 1964. Al parecer el desenvolvimiento general de la trama puede invitarnos, sin duda, a tomar una posición defensiva y analizar todo el conjunto de obras.

En las adaptaciones de Mel Stuart y Burton, respectivamente, parece cerrarse un círculo en torno a una mitología del capitalismo y en una cierta manera, del protestantismo. Más aguda esta señalización en la versión del 2005, que en la de 1971, protagonizada por Gene Wilder. En la primera versión encontramos a un Willy Wonka afable, algo extravagante, pero en el fondo bueno, sincero y precavido. En la segunda Johnny Deep encarna a un Wonka medio loco, completamente aislado en su genialidad.

Debo decir inmediatamente que el hecho de que se note más esa carencia humana en la versión de Burton es tan significante como el exponer sistemáticamente el mito de la antigua versión.

Más allá del sentimentalismo moral que sucede en las dos películas, cosa que si bien no debe aprobarse, tampoco me parece mal al intentar redescubrir un aspecto que el protestantismo no reconoce tanto como es el destino, la magia, etc. Subyace una fascinación por el mundo del trabajo, la tecnología, el capital, la fundación de una empresa en sí.

Cabe señalar, sin embargo, que la moralidad que cubre la película es, al fin y al cabo, la moral del protestante. Max Weber en su famoso libro la ética del protestante y el espíritu del capitalismo, habla sobre como la moral rígida del protestantismo basada principalmente en el desarrollo del trabajo lleva a la realización de la persona, y en este marco Charlie Bucket nunca intenta, de forma alguna, sacar ventaja de la magia que le propone el destino. En realidad ese movimiento de la suerte, que más bien se explica como una operación de cambio que como un hado místico, no tiene lugar sino en la medida que se adecua a las normas de lo que es correcto.

El inicio del protestantismo en Inglaterra, país de origen de Dahl, se remonta como es sabido a Martín Bucero a mediados del s. XIV, ante la ruptura de Enrique VIII con Roma. En todo caso, el ascenso del protestantismo bajo los auspicios de Inglaterra y posteriormente de Estados Unidos, dieron forma a una cultura que produjo los primeros brotes del capitalismo.

Con ‘Charlie y la fábrica de chocolates’, parece ser que el capitalismo, ya tan adentrado en nuestro sistema cultural, busca fincar una posición en la mitología. El desenvolvimiento de la película es clara: una idealización del hombre del capital, de la fábrica y del trabajo. No debemos pretender que exista algo así como alevosía en cualquiera de las versiones, sino que la manera de operar del mito es más bien inocente en relación a la sociedad en la que se vive1.

La realidad de la pobreza parece interactuar de una manera más bien fantástica con la surrealista manera de manejar una fábrica multinacional de chocolates. La fascinación por la tecnología, por el mundo del trabajo, por la genialidad son una constante en las dos versiones de la película. Cabe señalar que la versión de Mel Stuart (1971) es un tanto menos acusada la visión tecnológica tanto de Wonka, como de su fábrica, pero esto hace reforzar el mito del capitalismo humanista2. Es decir, puede existir una fábrica multinacional de golosinas, mantener a unos obreros cuya fidelidad y manutención está absolutamente garantizada y mantener un equilibrio absoluto entre todos los factores de la producción. El trabajo no representa su forma habitual de intercambio de bienes, por ningún lado vemos que haya venta de mano de obra, sino pareciera hacernos creer que el natural fin de los participantes de la fábrica es en sí, estar en empleados en ella, perfeccionando una teleología muy aparte de la compra/venta de mano de obra por parte del capital. Nos impulsa inercialmente a aceptar que los Ompa Lompas son felices en tanto que obtengan su salario, o azucarario –si recordamos que los Ompa Lompas trabajaban por azúcar3.

Una fábrica de obreros felices, una tecnología que reduce las cosas al mínimo esfuerzo con limitados accidentes propiciados, no por errores estructurales de los sistemas tecnológicos, sino como una operación de justicia en la puesta en claro de los errores. Así, los niños que uno a uno van quedándose fuera del recorrido de la fábrica, ya sea como un gigantesco arándano o empequeñecido o tragado por un agujero de desperdicios, no son víctimas de un fallo estructural de los sistemas de la tecnología, sino son simplemente producto de la falta de capacidad, de prudencia o exceso de defectos que son claramente retratados a lo largo de la película, como figuras arquetípicas de lacras sociales del protestantismo4.

El gordo, la malcriada, la competitiva, el niño inútil. Todos ellos representan un punto flojo en los movimientos sociales rígidos de la operación de cambio, por ello, lo único que puede resultar de ellos es que reciban su merecido.

En resumen, lo que nos propone en general, tanto la película, como el libro es presenciar las entrañas de una fábrica construida por un solo y mítico hombre, que funciona como un todo integral, sin tener cabos sueltos, sin que exista un gramo de infelicidad, de error, de desperdicio, de falta de ética y en dónde la tecnología no produce ningún accidente sino a quién la merece, para finalizar –en la versión de 1971- con un ascensor maestro, un panópticon tecnológico que permite el desplazamiento absoluto más allá de las fronteras de la propia fábrica.

En la versión de Mel Stuart, el ascensor y su salida hacia el cielo, simboliza a todas claras, no sólo el pasar la estafeta de la fábrica de Wonka a Charlie, sino un ritual en dónde lo que se entrega es algo mayor que un empleo: una profesión, un modo de vida en dónde se refleja claramente el culto al trabajo, en dónde lo más importante es lo que se construye a través de tus actos. El hacer se sobrepone al ser.

En la realización de Burton, el ascensor es todavía más intrigante porque logra salir de los dominios de la fábrica. Su alcance es total, multinacional. Funciona para el regocijo de las más obscuras fantasías del dueño del capital: el control absoluto de los dominios a través de un simple botón. Un panópticon que le dirige directamente a dónde quiere o necesita ir. El sueño de Verne –otro obseso de la tecnología- cuyas guaridas siempre son inexpugnables, controlables, mesuradas, enérgicamente científicas –el Nautilus es una especie de atmósfera controlada, un bio-domo donde nada está fuera de su sitio-, dónde todo está al alcance del control humano y la magia sólo aparece para reconstruir una teleología escrita de lo que es justo.

Tanta pasión produce el trabajo que la Sra. Bucket –la madre de Charlie- tiene que prohibirle trabajar durante la hora de la comida. Así, pues lo que tenemos en ambas películas y el libro es la conciencia protestante liberada, en dónde el trabajo y la vida están unidos indefectiblemente, y es el mismo trabajo el que aporta los elementos necesarios para una vida que produzca, a la par que golosinas –productividad pura y dura-, felicidad.

Notas

1. Inocente es un término demasiado peligroso, sin embargo vale la pena aclarar que el símbolo –para ser símbolo- opera en la oscuridad, sin ser notado, por ello no pretendo hacer de los autores unos idologizadores, sino ideologizados.Volver.
2.Continúa, desde el libro hasta la versión de Burton la fascinación que recorre a la raza humana en la década de los 60 por la tecnología. La llegada del hombre a la luna, la televisión a color, los automóviles modernizados, etc. son un fiel reflejo de la confianza que la humanidad tenía en la tecnología. Sintomatología bien reflejada por los dibujos animados, desde Astroboy hasta Doraemon, dónde siempre existe un aparato determinado para cualquier problema específico. Volver.
3 El símbolo de que la moneda sirva en sí mismo para el consumo del obrero es bastante curioso. En la antigua Roma, la sal actuaba como, en teoría, funciona el dinero actual, una representación simbólica de una determinada cantidad de bienes. Sin embargo cuando tenemos que el obrero trabaja por azúcar y ésta es el fin del trabajo mismo tenemos que el dinero es el fin del trabajo. La moneda se transforma en otra cosa que la representación abstracta de un bien: es el bien en sí. Sabemos que una de los grades hitos del capitalismo es la continua acumulación y reinversión ininterrumpida del excedente en la producción. Así como para los Ompa Lompas, el azúcar representaba el fin de su trabajo, el excedente es sin duda la golosina del capitalista. Volver
4.Sobre la realidad de los accidentes provocados por los sistemas de tecnología y progreso Cfr. Virilio, Paul. La bomba informática. Madrid, Cátedra, 1999.Volver.
Minotauro Digital le propone "Charlie y la fábrica de chocolate " de Roald Dahl Leer más >>
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