Revista Minotauro Digital (1997-2013)
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Enero 1999
El adoquín puede contemplarse como un testimonio de primitividad, una proyección de la tosquedad originaria del hombre o un recuerdo de la brutalidad humana. Pero, a la vez es por encima de todo un símbolo de la civilización, del progreso asociado en Occidente a la revolución urbana. No obstante, la asociación más común que realizamos con el adoquín proviene de las convulsiones sociales que van desde las revoluciones liberales del siglo XIX hasta el antiburgués Mayo francés del 68. La calle, la barricada, el adoquín conformaban y conforman una triada visual inquietante, no exenta de romanticismo pero en absoluto nada halagüeña. ésta nos advierte de la fragilidad de los constructos humanos y de la ilusoria percepción de progreso de la dinámica humana. Por tanto, la liberación del adoquín es un síntoma del malestar ciudadano y la prueba de que la sociedad actual se levanta sobre cadáveres petrificados. El recurso de profanar el pavimento de nuestras ciudades, aparte de un símbolo de la negación de las bases sobre las que se edifica, es una prueba de que los cauces convencionales de manifestación no satisfacen a este ciudadano rebelado. Un ciudadano que tanto protesta por una situación determinada como por no permitírsele usar de los mecanismos de escucha ofertados desde el sistema. De este modo, el adoquín pasa de ser un emblema de la comunicación entre los hombres a serlo de la incomunicación social, de la imperancia dominante de la sociedad tecnocrática que acalla la voz individual y uniformiza la colectiva. Y es que cuando los medios de comunicación institucionales, al servicio de la ideología oficial que sustenta al sistema de dominio que reprime el libre desarrollo y expresión del ciudadano, no resultan accesibles a una ciudadanía que desea manifestarse, a menudo cuestionando su capacidad de satisfacción y su discurso "democrático", ésta ha de echarse a la calle para hacerse oír, como mandan las viejas pautas tradicionales de conducta de nuestra cultura, por encima de la vigencia de tal o cual régimen político. Por ello, no nos ha de extrañar tampoco el deseo por parte de los poderes públicos de controlar la calle en todas sus dimensiones.