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Diccionario Sohez de Delfín Carbonell

Febrero 2008

Título: Diccionario sohez de uso del español cotidiano
Autor: Delfín Carbonell
Edita: Ediciones del Serbal
Páginas: 736
Precio: 46 €
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Lo primero que sorprende en este diccionario es su título, por esa “h” en “sohez” que nos asalta los ojos y nos hace dudar si es una palabra distinta de la que conocemos. Y cuando comprendemos que no, que se refiere a la misma palabra; lo que nos sorprende es precisamente que se haya elegido este adjetivo para el titulo, porque un simple vistazo rápido nos demuestra que el diccionario no lo es (o al menos no sólo) del lenguaje soez, como tal titulo parecería indicar; sino en general del lenguaje cotidiano y coloquial, que no es necesariamente siempre vulgar, ni mucho menos.

Ambas sorpresas se explican la una a la otra en la introducción que hace el autor, pues nos revela que ha elegido escribir soez como se escribía hasta el siglo XIX, es decir con “h”, precisamente para evitar la connotación de obsceno o sucio que la palabra soez adquirió después (aunque yo no estoy tan seguro de que antes no la tuviera. Covarrubias la define como “…bajo, ínfame, de poco valor y la hez de la Republica…”), y también nos dice que pretendía provocar ese impacto visual que, desde luego, llama la atención del posible lector. Explicado además que el titulo se lo sugirió Camilo José Cela (aunque sin la “h”) se entienden también muchas cosas y atendiendo al subtitulo que aclara: “de uso del español cotidiano”; uno comprende ya mejor qué es lo que tiene entre las manos. Pero además el autor nos lo enumera claramente: “Sohez en el sentido de popular, desenfadado, cotidiano, coloquial, familiar, callejero, malhablado, que empleamos para comunicarnos con vecinos, amigos, conocidos y parientes de manera no estándar, relajada e informal”. Y efectivamente este diccionario pretende recoge términos de uso coloquial y cotidiano, lo cual no quiere decir, como alguno podría pensar, que acoja solamente expresiones que no estén en otros diccionarios académicos o normativos, sino que recoge términos que se usan coloquialmente independientemente de que estén aceptados por la Academia, o recogidos en otros diccionarios, aunque a veces con un uso adicional o distinto del reflejado en este diccionario.

Por ejemplo, el diccionario de la Academia recoge muchos usos coloquiales y en algunas entradas incluso más que este “diccionario sohez”, pero en otras recoge sólo los usos más generalizados o conocidos, así tomando un ejemplo al azar y comparando ambos diccionarios vemos que, en este diccionario de Carbonell encontramos “castaña” que define como adjetivo borracho y como sustantivo borrachera, ambas acepciones presentes también en el DRAE, pero el que reseñamos recoge otras que no encontramos en la última edición del de la Academia, como vulva y año (“¿qué será de nosotros cuando cumplamos cincuenta castañas?”) .

Hacer un diccionario de estas características es una obra compleja y llena de dificultades, y sobre todo cuyo resultado difícilmente contentará a todos, como el propio autor comenta. Para algunos recogerá voces que no consideran coloquiales (al fin y al cabo la mayoría de las palabras que hablamos en la conversación diaria lo son, ¿qué criterio seguir para seleccionarlas?); otros, en cambio, no encontrarán muchas palabras que usan o escuchan habitualmente, y muchos otros considerarán que las palabras definidas como coloquiales no coinciden con el uso que ellos les dan. Y es que uno tiende a pensar que como hablante conoce muy bien el lenguaje coloquial, pues tal vez no conozca plenamente el lenguaje culto, pero por principio sí el lenguaje que usamos a diario y que, por tanto, no necesita un diccionario de estas características, porque uno está, precisamente, al cabo de la calle.

En cierta medida esta sensación se ve corroborada al echar un vistazo rápido a este diccionario porque la mayoría de las palabras definidas son de uso muy común y es difícil pensar que a ningún hablante de la lengua se le pueda escapar su significado. Y cuando digo escapar me refiero a que o bien conoce la expresión u, oída por primera vez, deduce fácilmente su significado. Sin embargo, al margen de que el uso del diccionario no es sólo el de aclararnos el significado de palabras que desconocemos, hay evidentemente más palabras y expresiones que ignoramos (o que creyendo conocerlas, no las conocíamos del todo) de las que podríamos creer, y en cualquier caso es útil un diccionario de estas características que recoja esas palabras y expresiones.

Pero además del significado, se espera de un diccionario que nos aporte otra información complementaria sobre los vocablos, y que precisamente en un diccionario de estas características parece más necesario que en otros. Sin embargo el autor de este diccionario precisamente rechaza dar esa información complementaria y lo justifica en el prólogo. Me refiero a la procedencia geográfica, uso social de la palabra, etimología, etc. Aunque puede entenderse la justificación del autor, lo cierto es que mezcladas palabras de jerga profesional o del hampa con palabras muy habituales u otras simplemente nuevas, etc, y asimismo confundidas con usos metafóricos, metonimias, abreviaturas, aumentativos etc., hacen que el diccionario pierda gran parte de su utilidad, pues no es fácil distinguir unos usos de otros. Por ejemplo en la entrada “coger” nos indica “v. copular” y sólo queda claro que se trata de un americanismo cuando al final de los ejemplos (de los que se podría deducir que es un americanismo) Carbonell cita directamente la definición del DRAE “vulg. Amér. Realizar el acto sexual”. Como es lógico, que dicha expresión es un americanismo es imprescindible saberlo, y debería estar incluido en la definición de Carbonell, pues es evidente que en otras regiones donde se habla español dicha expresión no tiene ni por asomo esa acepción. Evidentemente el hecho de ser una recopilación personal de un solo autor, como Carbonell recalca claramente en el prólogo, justifica el que se haya prescindido quizá de muchas otras utilidades del diccionario, porque de otra forma la labor además de enorme sería sin duda imposible. Pero un diccionario de autor es en términos lexicográficos una empresa titánica que en el siglo de oro se entiende -pensemos en la labor de Covarrubias- pero que en el s. XXI quizá no se comprende, salvo en el caso de autores con una destacada personalidad artística o literaria que impregnen de ella su diccionario, como sucediera con el Diccionario secreto de Camilo José Cela del que este parece en cierta medida heredero.

Carbonell insiste en que el suyo es un diccionario de autoridades pues “todo lo aquí reseñado, vocablo o expresión, va refrendado, al menos, por un texto que lo autorice”, lo cual, aunque es de agradecer, se me antoja un poco incongruente con la materia que trata, no sólo porque lo coloquial no necesita fijarse en un texto para cobrar carta de naturaleza, sino porque incluso por definición el registro escrito es menor y a menudo cuando se recoge en escrito, salvo que sea en fuentes muy fidedignas del habla coloquial, por ejemplo, un sumario judicial que recoja lo declarado literalmente por un testigo, no siempre tendrá el mismo grado de fiabilidad. Y de hecho, a menudo más que autorizar un vocablo los ejemplos literarios parecen crearlos, en el sentido de que dichos vocablos nos parecen más usos metafóricos de ese autor concreto que un uso generalizado de esa expresión recogido por el autor en esa obra: así “pincelín” por “pene” que no parece un uso muy habitual, y cuyo sentido se entendería por el contexto del ejemplo que cita: “el pincelín se le animaba y salía de su torpor…” (Ramón Ayera, Los ratones colorados)

En definitiva, este diccionario puede defraudar a quienes se acerquen a él buscando más información sobre el origen o uso de las palabras de la que el diccionario ofrece, mientras que quizá sí abunda en información que se nos antoja irrelevante, o recoger términos como “móvil” por teléfono móvil o “mando” por mando de la tele. Pero asimismo también decepcionará a quienes se acerquen a él buscando un compendio divertido de palabras procaces, pues aunque evidentemente recoge numerosos términos de este carácter, no lo hace con espíritu lúdico, aunque desde luego algunos de los ejemplos nos hagan sonreír.

Pero el diccionario de Carbonell es un instrumento útil cuando los diccionarios académicos no nos saquen de dudas y cubre un aspecto importante de la lexicografía descuidado muy a menudo por la propia tendencia normativa de los diccionarios y de quienes los usamos, que a menudo buscamos en ellos tan sólo autorización para usar un vocablo u otro. Puede ser útil también para los extranjeros que oigan a menudo estas expresiones y no consigan entenderlas ni encontrar explicación en los diccionarios, porque les falta la competencia lingüística del hablante español que fácilmente deduce el significado en muchas de estas expresiones que oiga por primera vez. Pero la verdad es que los extranjeros aprenden pronto tacos y expresiones “malsonantes” , y son una auténtica esponja para el uso coloquial. Como tiene que ser. Por mí propia experiencia como profesor de español sé que a menudo los extranjeros que aprenden nuestra lengua no necesitan muchas explicaciones para distinguir entre dos expresiones tan parecidas como “estar hecho polvo” y “echar un polvo”, por más que a veces lo uno siga a lo otro, es decir que uno esté hecho polvo después de echar un polvo (o esté hecho polvo precisamente por no echarlos), y es que, como decía aquél: de aquellos polvos vienen estos lodos.

Valentín Pérez Venzalá

Valentín Pérez Venzalá (Editor). NIF: 51927088B. Avda. Pablo Neruda, 130 - info[arrobita]minobitia.com - Tél. 620 76 52 60