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Alfred Hitchcock. La reivindicación del cine puro

Por José Ramón San Juan

Julio 2000

   La celebración del centenario del nacimiento de Alfred Hitchcock, en Agosto del pasado año, sirvió para constatar -excepcionalmente, respecto a otros centenarios- la vitalidad y vigencia de la obra de quien en su día fue considerado como un cineasta menor por parte de una crítica manifiestamente cegata. Ahora, crítica y público han ratificado que estamos ante uno de los autores mas respetados y respetables del lenguaje cinematográfico, un genio muy imitado, pero inimitable, que llevó el idioma de la imagen a algunos de sus momentos más expresivos e inolvidables.

     La forma en Hitchcock no adorna el contenido, lo crea

     E. Rohmer y C. ChabrolLa crítica norteamericana se declaró sorprendida y consideró una forma de excentricidad, probablemente muy francesa en su opinión, la devoción que los críticos de "Cahiers du cinema" y los cineastas de la "nouvelle vague", que eran a fin de cuentas los mismos, mostraron por el cine de Hitchcock. Para ellos, aquel británico adiposo, arrogante e irónico apenas era otra cosa que un artesano habilidoso incapaz de hacer otro tipo de películas que las pertenecientes a un género que prácticamente él mismo había inventado: el suspense. ¿Hitchcock hace cine de autor?, se preguntaban escandalizados los críticos norteamericanos, que por otra parte no simpatizaban con un concepto que suena inquietantemente a antindustrial. ¡Qué disparate!, se respondían. Rohmer, Chabrol, Truffaut y otros, no sólo en Francia sino en diversos países europeos, no tenían, sin embargo, ninguna duda sobre la talla real del genio cinematográfico que habitaba en Hitchcock. Lo que todos ellos reivindicaban en Hitchcock era lo que el propio autor de Vértigo perseguía en sus propias películas: la pureza del cine, o sea, la supremacía de la imagen. "Las películas mudas son la forma más pura del cine", afirmaba el británico sin temor alguno a ser tomado por anacrónico o trasnochado.

     Hitchcock no se mordía la lengua -inclinación por otra parte muy alejada de su carácter- a la hora de criticar demoledoramente las "novelas filmadas", llenas de diálogos a veces somníferos y con frecuencia artificiosos, y de planos/contraplanos y tediosas rutinas de estudio. El cine que hacía las delicias de Hollywood y cosechaba los oscars de cada año le merecía al creador de Con la muerte en los talones el mayor de los desprecios. En consecuencia, la devoción de la crítica francesa y de la "nouvelle vague" le halagaba y conmovía tanto como le dolía el desdén rencoroso de sus compatriotas, que nunca le perdonaron su abandono del cine británico para pasarse con armas y bagajes a Hollywood, o la incomprensión e infravaloración por parte de la crítica norteamericana. Sir Alfred, que como todos los grandes artistas era un egocéntrico totalmente persuadido de su talento, se sentía finalmente "pagado" a través de la admiración incondicional de aquellos "chicos" franceses tan prometedores.

     Triada estelar

     Fue Truffaut quien afirmó que, a principios de los años sesenta, en Hollywood apenas se hacía otro cine, en sentido estricto, que el que elaboraban John Ford, Howard Hawks y Alfred Hitchcock. Ese palmarés tiene un valor cualitativo superior a muchos "oscars" de la almidonada y complaciente Academia. Y la razón de tal Olimpo cinematográfico, tal vez demasiado restrictivo, era el nexo común en la obra de los tres realizadores: la supremacía de la imagen por encima de cualquier otro recurso expresivo.

     Justamente en eso, en conceder a la imagen todo el protagonismo, residía el mayor de los magisterios entre los que Hitchcock impartió a través de sus filmes más logrados. El "maestro del suspense" (en España era "mago", porque la palabra maestro, fuera del marco musical, parece ser insuficente, sino peyorativa) fue también un maestro del Séptimo Arte, pese a que tantos le discutiesen en vida tal carácter. Repasar hoy su filmografía más lograda -él mismo admitía, tal vez con un exceso de autocrítica, pese a su arrogancia, que había hecho bastantes películas fallidas- es enfrentarse a un sugestivo racimo de obras maestras capaces aún de seducir al gusto contemporáneo, pese a que éste se halle por tantos motivos (la TV , especialmente) deformado y pervertido.

   El creador de La ventana indiscreta tuvo siempre extremadamente claro que todo lo que la cámara, las miradas de los actores o determinados objetos pudieran narrar o sugerir no debía ser expresado por otros medios. Así, los diálogos, con frecuencia, no cumplían otra función que una complementaria y podían dedicarse a subrayados humorísticos o románticos o a dar las claves que la imagen no podía transmitir. Ese autoexigente planteamiento convirtió a Hitchcock en uno de los creadores más prolíficos y sutiles del lenguaje cinematográfico, a la altura de sus mayores Einsenstein, Griffith o Murnau. Y en lo que concierne al cine de suspense o al "thriller", en el maestro por excelencia, siempre imitado y nunca superado.

     Innovador

     Tras su exaltación del cine mudo podría deducirse a la ligera que Hitchcock era, a nivel técnico, un conservador. Nada más alejado de la realidad. El director de Extraños en un tren fue un innovador. Y no sólo por su constante inquietud por la colocación de la cámara, el movimiento de ésta o la iluminación, sino por sus aportaciones en terrenos tales como el uso del sonido y la música o el trucaje de la imagen. En definitiva, nada sorprendente si consideramos que en la base de su formación está su paso por una singular Escuela de Ingeniería y Navegación en la que estudió temas tales como física, electricidad o acústica.

     El autor de Recuerda, que se introdujo casi adolescente en el cine británico dibujando rótulos para películas del cine mudo, conoció a fondo la "carpintería" del entonces recién nacido arte y fue el director de la primera película sonora del cine británico La muchacha de Londres ("Blackmail"). Eran tiempos en los que la técnica cinematográfica se improvisaba y enriquecía cada día. Ya en esa primera película sonora el director de El hombre que sabía demasiado se permite su primera experimentación (nada gratuita) con el sonido. La escena se desarrolla en la casa de una joven que ha matado con un cuchillo a un hombre que intentó violentarla. La familia comenta en la mesa el suceso, que ha aparecido en los periódicos, y al poco rato hay un murmullo ininteligible en el que sólo se percibe con claridad, reiteradamente, la palabra "cuchillo". Finalmente se escucha la inocua voz del padre de la joven pidiéndole a ésta que le acerque el cuchillo que se halla sobre la mesa (igual al que ella utilizó) para cortar el pan. Y a propósito de cuchillos, cabe recordar la tensión que este perverso genio fue capaz de crear en torno a sus filos en la secuencia de la cocina en Psicosis, película en la que, para acentuar el clima de terror Hitrchcock introduce un extraño aparato, denominado trautonium, precursor del sintetizador musical de nuestros días. Los sonidos electrónicos regresarán con toda su eficacia en Los pájaros, donde juegan un notable papel en la banda sonora. Es el propio Hitchcock quien confiesa que una vez rodada y montada la película diseñaba toda una "partitura" de efectos sonoros, con frecuencia aparentemente ajenos a lo que la cámara muestra pero decisivos para la creación del climax. También en Los pájaros Hitchcock diseña una amplia batería de trucos ópticos para multiplicar el número de aves en acción o escenificar sus ataques. Algunos de aquellos trucos se realizaban por primera vez. Cabe ahora especular sobre el entusiasmo que en el maestro hubieran podido despertar los recursos que la informática está poniendo en los últimos tiempos al servicio del cine y los resultados que algunas de sus películas alcanzarían con tan sofisticados medios. Lamentablemente, no llegó a tiempo.

     Deliberadamente he querido centrarme en los aspectos más puramente cinematográficos de la obra del gran maestro, soslayando, por ser mucho más obvio y mejor conocido, lo que respecta a su concepto del guión, al tratamiento de la progresión dramática, a su técnica única e insuperable del suspense. También en ese terreno Hitchcock estuvo en la vanguardia. Y siempre, a partir de un planteamiento tan simple como ponerse en el lugar del espectador. El director de Rebeca era un profundo conocedor del alma humana y muy consciente de la ambigua y compleja mezcla de bien y mal que habita en las conciencias.

     El origen de su éxito popular reside precisamente en un análisis muy lúcido de la psicología del espectador, de las ansiedades, miedos e inconfesables deseos que forman parte del inconsciente colectivo. Por ello casi siempre logró convertir la contemplación de sus películas en una experiencia excitante e inolvidable. Hay quien ha hecho una lectura de la filmografía del autor de Vértigo en clave exclusivamente pisoanalítica (naturalmente un norteamericano), lo cual es totalmente desproporcionado, pero no cabe ninguna duda de que Alfred Hitchcock conocía en detalle la obra de Freud. A nadie puede sorprenderle tal cosa tratándose de uno de los más inquietos y avanzados artistas contemporáneos.

     Precisamente artista, un gran artista, fue el hombre de cuyo nacimiento se han cumplido cien años. Justamente autor fue este hombre de aspecto anodino y formal que elevó el cine -el medio en que se funden casi todas las artes cuando es algo más que industria- al nivel más alto en aquellos momentos. Quienes han tratado de banalizar y ningunear a Hitchcock sólo han logrado poner en evidencia su propia limitada capacidad de mirar, el acto del que nacen todos los actos y la mayor parte de los conocimientos.
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Valentín Pérez Venzalá (Editor). NIF: 51927088B. Avda. Pablo Neruda, 130 - info[arrobita]minobitia.com - Tél. 620 76 52 60