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Notas sobre el realismo mágico

Por Valentín Pérez Venzalá

Febrero 2002

El término realismo mágico nació primero para referirse al arte europeo de entreguerras de la mano del crítico alemán Fran Roh en 1925. Pero pronto empezó a usarse para definir una nueva narrativa hispanoamericana. Ya en los años 30 Borges había hablado de realismo fantástico y más tarde Arturo Uslar Pietri usará el término de realismo mágico para referirse a la narrativa hispanoamericana. ésta había tenido una etapa realista a principio de siglo que, aunque interesada por la peculiaridad americana, se acercaba a ella desde presupuestos decimonónicos, es decir; desde una estética predominantemente realista. A partir de la década de los cuarenta se produce una renovación en la prosa de la misma manera que antes se había producido en la poesía. Esta renovación se caracteriza precisamente por la atención a la peculiaridad americana desde una estética que aúna el realismo y lo fantástico como forma única de expresar las características del mundo americano. Como Alejo Carpentier, que prefería el termino de lo real maravilloso, creía, el realismo puro es incapaz de recoger la asombrosa realidad del mundo americano. Por tanto el realismo mágico es un intento de renovación literaria muy unido a las renovaciones estéticas de las vanguardias europeas, pues aunque se caracteriza por el intento de reflejar la realidad americana, la mayoría de sus autores tienen un gran contacto con el mundo europeo, tanto con las vanguardias poéticas, como con la novela europea más renovadora. En cierta medida la irrupción de la imaginación y de lo fantástico en la prosa hispanoamericana tiene que ver también con la presencia del mundo onírico en la literatura europea de vanguardia y con lo que se ha denominado fantástico moderno cuyo máximo representante sería Franz Kafka, y sus principales herederos en Hispanoamérica Julio Cortázar y Jorge Luis Borges.

En el realismo mágico encontramos precisamente lo real presentado como maravilloso, o bien lo maravilloso presentado como real. Los sucesos más fantásticos no se presentan, como sucedería en el cuento fantástico tradicional, como algo que asombra tanto a personajes como a lectores, sino como parte de la realidad cotidiana. Asimismo también lo real, lo cotidiano, el paseo por la calle, la reunión de amigos o simplemente ponerse un jersey, pueden tornarse en algo fantástico y maravilloso en la narrativa hispanoamericana. Ambas vertientes de la unión de realidad y fantasía se mezclan en las novelas que en torno a los años cuarenta comienzan a escribirse en América. También estas novelas tienen una preocupación estilística importante y la técnica narrativa se renueva con el uso de formas nuevas de narrar, uso de innovaciones que ya se venían usando también en Europa, como por ejemplo en el Ulises de Joyce. Por tanto la nueva narrativa Hispanoamérica se caracteriza por la innovación estilística y el deseo de desentrañar la peculiaridad americana desde la síntesis de la realidad y la fantasía. Asimismo aparecen nuevos temas, la temática tradicional se ve reforzada no sólo por un nuevo tratamiento sino también por la inclusión de nuevos elementos. Sin abandonar temas propios de la novela realista anterior, como la naturaleza, el mundo indígena, o los problemas políticos, se da cabida al mundo urbano con mayor amplitud que antes, y se da también paso a la reflexión sobre problemas humanos y existenciales. El mundo de las vanguardias europeas, y especialmente el psicoanálisis y el mundo de los sueños influyen también en esta narrativa.

Es en los años cuarenta cuando surge esta nueva narrativa de la mano de escritores como Miguel Angel Asturias, Alejo Carpentier, Jorge Luis Borges o Juan Rulfo. Sin embargo esta renovación narrativa emprendida en los años cuarenta no tendrá su consolidación hasta los años 60 cuando una nueva generación de escritores dé lugar al llamado boom hispanoamericano. Se trata de autores como Mario Vargas Llosa o Gabriel García Márquez, que con el éxito editorial alcanzado en Europa hacen volver la vista a los narradores de décadas anteriores que ya habían iniciado esa renovación que los nuevos autores consagran.

Ya durante el descubrimiento de América, ésta había sido vista por los españoles desde una perspectiva de ficción. Ante la inconmensurable naturaleza americana y la increíble diferencia con el mundo de los conquistadores éstos no pudieron hacer otra cosa que echar mano de su acervo de conocimiento literario, dado que no tenían una realidad con la que compararla, y relacionaron el mundo americano con el descrito en los libros de caballerías, obra de ficción medieval en la que lo maravilloso, lo fantástico y lo claramente increíble se daban cita con total naturalidad. La ficción se hacía realidad en el mundo americano para los conquistadores y éstos ponían nombre a la geografía, a los habitantes y situaciones americanas con el nombre del mundo imaginario de los novelistas europeos. El realismo mágico del siglo XX es en cierta medida el regreso a aquel momento, sólo que ahora se devuelve a los europeos el mundo americano en forma de realidad desde lo fantástico. Los autores americanos mezclan lo mágico y lo cotidiano y dan cuenta de la peculiaridad americana desde una ficción depurada estilísticamente, manejada con técnicas renovadoras como los juegos temporales, la combinación de personas narrativas, el contrapunto, etc. El mismo lenguaje es también enriquecido con los términos de uso americano y el mundo europeo se ve invadido por americanismos como garúa, pollera, vereda, china, etc. El mundo americano vuelve a hacerse mágico para el hombre europeo, como había sucedido con el descubrimiento.

Pero insistimos en que la mezcla de fantasía y realidad surge de una línea directa nacida también en Europa de la mano de narradores como Kafka que pretenden reflejar lo absurdo de la sociedad humana a través de lo fantástico hecho cotidianidad, precisamente como forma de reflejar el absurdo de la existencia. Es en esa línea donde hay que entender el mundo del realismo mágico si bien mezclado con la indubitable diferenciación del mundo americano con respecto al europeo, tanto por su mezcla social como por su variada naturaleza y su complejidad política. Si lo fantástico moderno se pone en Europa al servicio por ejemplo de un pensamiento filosófico existencialista en América lo hace también como identificador de una realidad peculiar, sin descuidar tampoco ni la denuncia social que siguen manteniendo obras del boom que reflejan la injusticia social, y especialmente con relación al mundo indigenista, ni tampoco la problemática de la existencia humana, con cuestionamientos filosóficos y existenciales. Pensemos por ejemplo en la obra de Borges nacida con una amplia vocación filosófica, o la obra de Vargas Llosa imbuida a menudo en la reflexión sobre la desigualdad social y el mundo del indígena, en obras como El hablador, o La guerra del fin del mundo.

La presencia de lo maravilloso en esta narrativa viene desde muy distintos lugares, así desde la presencia de los propios mitos americanos, como sucede en la obra de Miguel ángel Asturias o en la de Alejo Carpentier, hasta la aparición del mundo del subconsciente como sucede en algunos cuentos de Cortázar, o la presencia de las inquietudes existenciales de la humanidad en Borges, pero es principalmente esa presencia del pensamiento mítico del pueblo americano, que surge en esta narrativa para convertirse en vivencia real, lo que constituye el núcleo central de lo que venimos denominado realismo mágico. Los sucesos de obras como las de Márquez responden precisamente a la corporeización de los mitos americanos. Se busca ahora la identidad americana precisamente a través de la mitología propia, del folklore, y la mezcla de esa otra realidad que es el subconsciente colectivo con la realidad cotidiana o histórica de los habitantes de América es lo que da lugar a lo real maravilloso, al realismo mágico, al reflejo literario de la peculiaridad americana tanto en sus gentes como en su naturaleza, en su pensamiento, en su pasado y en sus relaciones sociales y políticas. En este sentido el realismo mágico viene a ser como una nueva mitología griega, un intento de plasmar el pensamiento americano a través de sus mitos, de sus leyendas. No es casualidad que muchos de los cultivadores de esta nueva literatura sean folkloristas como Miguel Angel Asturias, o se interesen por manifestaciones artísticas populares como sucede con Carpentier y su investigación sobre la música cubana. La narrativa hispanoamerica comienza a construir una nueva mitología, reflejo de lo cual son la creación de personajes míticos cuya historia encontramos a lo largo de diferentes obras, como sucede con el coronel Buendía, y también la aparición de territorios míticos como la propia Macondo de García Márquez y más aún la Comala, auténtico Hades mejicano, de Juan Rulfo a la que Juan Aparicio, como un nuevo Orfeo va en busca, no de su amada, sino de su pasado, el propio pero también el de Méjico, encarnado en la figura de su padre.

El boom de la narrativa Hispanoamérica y el realismo mágico no pueden identificarse plenamente. El realismo mágico nace en los años cuarenta de la mano de autores que no participaron plenamente del boom de los años 60 o que aunque se beneficiaron de él, no fueron sus cabezas visibles y por tanto no suelen identificarse por el lector normal con aquel fenómeno de los años sesenta. Es el caso de autores como Juan Rulfo o Miguel Angel Asturias, el primero fue Premio Príncipe de Asturias en 1983, y el segundo, Premio Nobel en 1967. Igualmente autores del boom no participan plenamente de las características propias del realismo mágico, es el caso de autores como Vargas Llosa que, a pesar de utilizar recursos narrativos novedosos y participar de elementos comunes del realismo mágico no confunden la ficción y la realidad de la misma manera que los narradores más plenamente imbuidos en el realismo mágico, lo mágico con lo cotidiano no se mezclan de la forma habitual en lo que venimos denominado “realismo mágico”, sino desde otras perspectivas, como sucede por ejemplo en La tía Julia y el escribidor, donde la biografía del novelista se mezcla con la ficción de un autor de folletines que a su vez se vuelven a confundir entre sí dando lugar a un universo propio y diferente. Por tanto habría que distinguir tanto realismo mágico y boom, como dentro de uno y otro una amplia gama de matices muy diversos. Ni la narrativa de Gabriel García Márquez participa de los mismo recursos que la de Vargas Llosa, ni la obra de Juan Rulfo está exenta de las innovaciones narrativas que presentarán las obras del boom. Son términos que se solapan. Pero el primero hace referencia a una estética y el segundo a un acontecimiento editorial, y a un acontecimiento literario de redescubrimiento de una generación de narradores que renovaron la narrativa hispanoamericana influidos sin duda por las innovaciones europeas y a su vez ampliamente conocidos e imitados en Europa, y especialmente en el mundo de habla hispana. Sin duda el boom, más que a una estética común o una temática propia o siquiera la designación de una generación, hace referencia a un fenómeno por el que los narradores hispanoamericanos se hicieron con el sitio que merecían en el panorama literario universal y consiguieron recuperar para los lectores la prosa de sus antecesores que, sin duda, son los auténticos padres del llamado realismo mágico.

[Este texto forma parte del CD-Rom Gabriel García Márquez, Digital Dreams Multimedia, Madrid, 1998]
Valentín Pérez Venzalá es director de la revista cultural de investigación y creación Cuadernos del Minotauro.

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