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Los paisajes interiores y la senda de lo reflexivo en la obra de Olmo
Por Joan Lluís Montané
Abril 2005
J. M. Olmo es un pintor que posee una orientación intimista, tanto en el tratamiento de la materia, como también en los materiales que emplea. Configura, casi sin darnos cuenta, un poderoso mundo personal, basado en la fuerza pragmática de la estructura, que exhibe de manera insinuante, en ocasiones prácticamente imperceptible, pero siempre está ahí. Se trata de evidenciar que la materia, en este caso el soporte de su obra pictórica, es real, existe, posee autonomía propia, es producto del azar y también de la intervención del artista.
Transforma la fuerza que surge a partir de la materia, que es esencia de la energía, dado que es el producto de su génesis.
Delimita espacios, conforma diferentes planos, unas veces son las propias irregularidades del soporte y, en otras ocasiones, es el color. Mejor dicho la manera de disponerlo y de nutrir todos y cada uno de los recovecos que forman parte de su pintura. De ahí que exista también una impresión de movimiento, de obra dotada de energía, que se sale de los poros del soporte, que continua el legado ancestral.
La madera, las tablas que le sirven de soporte, cobran protagonismo por si mismas, porque, en líneas generales, forman parte de una misma estructura que no es desligable del resultado plástico final, sin cuyo concurso nada sería igual.
No están por azar, dado que el autor precisa abrazar la materia en su estadio más primigenio, para dominarla, modelarla a su antojo, preservándola a nivel estructural, pero transformándola completamente en el ámbito cromático.
Gracias al empleo de las maderas la obra de paisaje interior que se deduce de su apuesta toma las riendas hacia la senda de lo reflexivo.
En ocasiones, da la impresión de que son temáticas muy próximas a nosotros, están muy cerca, como si las hubiésemos visto alguna vez. Y ello es así porque se trata de auténticos paisajes, pero, sin embargo, forman parte del bagaje de la abstracción, porque no se acaban de materializar. Nos movemos en el terreno de lo posible, dentro de una actitud de reflexión del autor, que, descansa, en su manera de acometer la composición. Controla su expresividad, porque quiere y, de hecho consigue, una especial manera de intuir la propia capacidad interior de afrontar la realidad física, las circunstancias que nos rodean, que son vida en sí mismo.
En su obra establece un recorrido a través de las formas de los materiales, de la posición de sus irregularidades, de los recovecos, constatando la evidente voluntad existente de ser.
Mar poético, acantilados sensacionales, interior de grutas, magmas, estructuras de la geología, tierras de diferentes texturas, ¿producto de la imaginación, simple casualidad, factor añadido o bien el resultado de sus anhelos, de su constante búsqueda alrededor de sí mismo, de su esencia? En ocasiones, parece querer atraparla en la singularidad de lo evidente, en la fuerza de lo emblemático, en la capacidad de ser entidad natural, al servicio y alcance de las mentes sensibles, de todas las mentes, pero están obstruidas por las eternas nubes de lluvia.
Transmite un sentimiento de recogimiento, pero, a la vez, de fuerza, de sensibilidad enraizada en la propia dinámica de la vida. Se trata de la obra de un artista que se nutre de la voluntad de abstraerse de una realidad que no acepta del todo, pero que en la que se encuentra cómodo si no escarba en demasía.
Capta el silencio de la reflexión con todos sus matices, porque configura múltiples caminos que, en ocasiones, convergen y, en otras, no. Existe pues una dinámica viva, evidente, que se aleja de las especulaciones estéticas vacías, de los gestos directos, para adentrarse en la determinación de los planos, el estudio de los cromatismos, con el debido respeto a la materia.