Revista Minotauro Digital (1997-2013)
Compártelo Tweet
Noviembre 2001
La poesía, esa lengua extranjera que tal vez nunca aprenderemos, y que nos dice. ¿Qué dice la poesía que no diga sino el sentido de lo que cada uno de nosotros vive, en cierto modo sin vivir? Durante mucho tiempo he venido diciendo, y aquí me despediré de ese decir, que soy mejor tallerista que poeta. Como naturalmente no todo mundo me conoce, me explicaré: soy mejor profesor de poesía, pero no de poesía escrita, que la verdad no haría mella en mí de no ser primero que nada poesía nunca escribible; de poesía, sea esto lo que sea. En el taller, espacio de aprendizaje no escolarizado, me desempeño bien como convocador, desatador en los demás y en lo demás de fuerzas poéticas que, no crean, su gravedad conllevan. Pero las fuerzas ahí están. No puede ser que nadie las genere de no ser ellas mismas, o algo más alto que ellas y cada quien póngale el nombre que mejor le acomode. Entrar en contacto con esas fuerzas puede ser delicioso, pero también terrible, como los ángeles. ¿Y es necesario andar en esos bretes?, alguien preguntará. La verdad no mucho. Pero lo es cuando el que anda por la vida de pronto entiende que no entiende mucho de la vida. Y de ese no entender concluye, fácil, que lo que debe hacer no es entender, sino vivir. Vivir, es frase conocidísima, no es necesario. Mas quizá indispensable resulte, ya que no vivir, el darse la oportunidad de que la vida viva en uno, de que la vida no deje, en uno, de ser lo que es. Y ese ser de la vida la verdad no requiere de palabras, pero es de advertir que sin lenguaje, el que usted quiera, ocurriría quizá que no sólo no entenderíamos, sino, y ésta es la ocupación de lo poético, no sentiríamos. No sentiríamos la vida. La vida, en nosotros, es lenguaje. El lenguaje, en nosotros, es la vida que habla. Supongo que no hay gran dificultad en saberse vivo, no así, supongo, en sentirse vivo. ¿Y dónde el lenguaje siéntese más vivo que en la palabra poética? ¿Dónde, dicho de otra manera, la vida más nos habla?