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Buñuel y el marqués de Sade: Las cadenas de la imaginación
Por Carlos Burrul
Julio 1999
"El hombre es sus instintos y el verdadero nombre de lo que llamamos Dios es el miedo y el deseo mutilado", con estas palabras sintetiza Octavio Paz el pensamiento de Doantien Alphonse François, marqués de Sade; y así, con esas palabras transformadas en imagen, concluye Buñuel a modo de epílogo su segunda película:
L´ âge d´or (
La edad de oro, 1930). En este primer film sonoro del cine francés, financiado por una pareja de aristócratas anarquistas, el director aragonés obtiene plena libertad política y artística para plasmar, en poco más de una hora, todas las ideas y obsesiones que de una manera u otra marcarán su posterior filmografía. Desprendiéndose casi por completo del lastre daliniano que llevaba su anterior película,
Un chien andalou (
Un perro andaluz, 1929), e influenciado por Bretón y demás amigos surrealistas, introducirá, por primera vez en su obra, una secuencia que remite directamente a una novela filosófica que Sade escribió durante uno de sus muchos cautiverios, famosa por la muy libre adaptación que de ella realizó el italiano Pasolini en la década de los 70. La novela lleva el título de
Las ciento veinte jornadas de Sodoma. Esta última secuencia del film comienza con la salida del castillo de Selliny de los cuatro organizadores de la bestial orgía que durante 120 días habían celebrado en compañía de ocho adolescentes y cuatro mujeres mentalmente corrompidas. Con el duque de Blangis -caracterizado como Jesucristo- a la cabeza, salen los cuatro depravados criminales después de las coprofílicas, antropófagas y sangrientas orgías llevadas a cabo en el inexpugnable castillo. Esta polémica secuencia es la mas abierta manifestación de la creciente recuperación y reivindicación que, desde Apollinaire y continuando con los surrealistas, se estaba llevando a cabo en Francia sobre la obra y la filosofía sadiana, durante mucho tiempo escondida e intencionalmente olvidada. Pero para Buñuel era algo más que un simple homenaje o recuperación de un escritor, era algo mucho más personal dada la fascinación que sentía por la filosofía de Sade, hasta el punto de, como señala Sánchez Vidal, "proponerle una moral de recambio frente a la cristiana. (...) La evolución de Fabre a Sade es una de las claves del tránsito de Buñuel entre
Un perro andaluz y
La edad de oro".
Por encima de todo, lo que Buñuel más apreciaba del pensamiento sadiano, era lo referente a la imaginación como instrumento de liberación del hombre. Imaginación sin límites, sin cadenas que la coarten. Imaginación como fuente infinita de placer, de placer extremo. Sade decía que "los placeres más intensos son hijos de repugnancias vencidas". La afición del cineasta de dejarse llevar por la imaginación, de caer en un estado semiconsciente, de ensoñación etílica, se refleja claramente en su cine. Destacando, por su afinidad sadiana, películas como:
Viridiana, con la fantasía de violar a una monja sedada;
Belle de jour, con su catálogo de perversiones sexuales; o
La vía lactea, donde retoma a Sade de forma explícita. Buñuel se revela así contra el pecado de pensamiento, que frecuentemente le atormentaba durante su adolescencia; contra el afán del catolicismo por llegar a todos los rincones del alma humana. Al igual que Sade, todo este tipo de fantasías, normalmente asociadas al sexo y la muerte, se quedan simplemente en eso, en desbordamientos y juegos de la imaginación, plasmados en celuloide o, en el caso de Sade, en los muchos manuscritos que escribió en las diferentes mazmorras e instituciones mentales donde fue recluido por razones políticas o pequeños escándalos magnificados por la puritana sociedad francesa del siglo XVIII.
Como indica Octavio Paz, la diferencia de Buñuel con respecto al pensamiento filosófico de Sade, se refiere al límite que existe en el cineasta y que no se da en la mentalidad sadiana: la figura del hombre. Sade "destruye a Dios pero no respeta al hombre", mientras que Buñuel, como muchos de los integrantes del surrealismo bretoniano, confía en el hombre, pero en un hombre no contaminado por Dios. Este "humanismo ateo" llevará a la exaltación que el surrealismo hace de la pasión humana, -que será el tema principal de
La edad de oro-, sin frenos ni ataduras sociales o religiosas, el "amour fou" que predicaba Bretón en sus escritos y que, según Buñuel, era casi imposible dado que "ninguna sociedad organizada favorece el amor".
Para Buñuel, a través de la lección de Sade, siempre queda la imaginación y el mundo onírico ya que, como proclama de forma contundente Octavio Paz: "Basta que un hombre encadenado cierre sus ojos para que pueda hacer estallar el mundo".
Minotauro Digital le propone otros libros sobre Luis Buñuel.
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