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El túnel de lavado
Por Cristina Rodríguez Civil
Junio 2007
Me enamoré de Esteban a primera vista. El hombre con el que había soñado desde niña. Moreno, por supuesto moreno. Alto y de hombros anchos, pero no demasiado guapo.
Cuando le conocí ya había aprobado la oposición a cátedra. Es catedrático de Lengua Española. Es fascinante escucharle, esa precisión en los términos, es concisión. Entona cada palabra con voz grave de hombre culto y refinado y da profundidad a todo lo que dice.
En un mes ya nos habíamos declarado a nuestro amor y había pasado sólo ocho meses cuando me fui a vivir con él, a Cuenca. Lo deje todo, sí; pero no había universidad en el mundo donde yo pudiera aprender más que junto a Esteban.
Esteban hablaba, casi siempre hablaba él, pero es que tenía razón en todo y me explicaba, con el rigor del análisis sintáctico, las fases por las que iba pasando nuestra relación.
Un día yo había dejado el coche aparcado bajo un árbol y a la mañana siguiente había amanecido lleno de excrementos (antes de conocerle habría dicho cagadas) de pájaro.
Esteban me acercó a la ventana y me dijo:
-Pero, Cristi, no te das cuenta de que en este caso el coche es un sujeto paciente.
Por Dios, cómo no había caído. El aparcamiento tenía la estructura perfecta de una oración pasiva. Yo juro que no soy torpe, pero a veces me cuesta aplicar en la realidad las abstracciones del lenguaje.
La vida seguía regalándonos ratos de placer que yo, no sin dificultad, aprendí a interpretar como oraciones copulativas, aunque de vez en cuando se me colaba alguna predicativa.
Transcurrido un año decidí presentarme al examen de selectividad. Ya he dicho que no tenía ningún interés en asistir a la universidad, pero como había dejado todo a medias y me estaba hartando de esperar a Esteban en la casa colgada en la que vivíamos, me animé a planteárselo.
-Esteban -dije, cuidando cada una de las palabras que pronunciaba- he pensado presentarme al examen de selectividad.
- Estas usando pensar como transitivo o como intransitivo -me respondió.
-No, que yo sólo quería saber qué te parecía.
-Ya, pero yo necesito saber si dices que has tomado una decisión después de reflexionar o si estás dando vueltas a una idea.
-Ah, claro, tienes razón. Pues le estoy dando vueltas.
-Entonces es "pensar en", no pensar.
-Claro, claro. Pues lo voy a pensar mejor.
-Vale, bonita -me dijo, abstraído en la enésima lectura de
Madame Bovary.
Descarté la idea del examen porque me resultaba demasiado complicado tomar esa decisión sola. Ya lo dice Esteban, abuso de las disyuntivas.
Me fui a lavar el coche. Era la quinta vez en esa semana que me metía en el túnel de lavado. Había algo en el túnel que me fascinaba. Encerrada en el coche, mecida por una máquina y sin tener siquiera que pisar el freno. Al entrar reparé en el encargado del túnel. Moreno, hombros anchos y una sonrisa cautivadora. me intentó decir algo que no llegué a entender por su mal castellano y el ruido de los cepillos flotantes. Movida por la curiosidad tras los cuatro minutos de túnel, que eran para mí como un mantra, volví a la entrada, le sonreí y le pregunto qué me había dicho antes. Me ofreció limpiar el coche por dentro por sólo diez euros más y añadió que si lo quería en ese momento no tenía que volver a pagar el paso por el túnel.
-Por supuesto que sí -dije ilusionada como una niña con tal de volver a montar en la atracción de feria.
-Durar total media hora -consiguió decir.
-Encantada -respondí, pero me quedé sorprendida al ver que subía al coche a mi lado.
Ahora voy todos los días laborables. Apenas hablamos, pero si lo hacemos es siempre en voz activa.
Cuando vuelvo a casa he pensado varias veces en preguntar a Esteban si me quiere, pero no estoy segura de si debo formular una condicional o una interrogativa indirecta. Así que me callo.
Cristina Rodríguez Civil