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Escritores de sueños
Por Jósean G. Priede
Diciembre 2007
Dostoievski y Noches Blancas
Yo no creo que fuera Dostoievski el primer narrador de sueños de la literatura universal, o el primer soñador, porque sobre sueños muchos han escrito, sobre sueños rotos o vencidos escribió Oscar Wilde en la soledad de su presidio, sobre sueños irrealizables escribió Julio Verne; y otros tantos que escribieron y reescribieron la historia de los sueños en la literatura universal. Pero soñar, ya sea en el mundo real o en el mundo imaginado, siempre es arriesgado pues casi nunca sucede lo soñado y eso siempre es doloroso (el dolor literario también existe). Y quizá “Noches Blancas”, una fugaz historia, a medias entre el relato y la novela corta, sea uno de los textos que mejor describe ese dolor literario, esa descomposición de los sueños y del propio soñador (¿existen paralelismos con la propia vida de Dostoievski?) quien, en ocasiones, y manteniendo las distancias –tiempo, estilo...-, me recuerda a muchos de los personajes que Vila-Matas retrata en “Suicidios ejemplares” (si bien el protagonista de Dostoievski no piensa en el suicidio, o al menos explícitamente), esos personajes cuya vida de repente cambia y por ello se sientan a esperar o a planificar su propia muerte porque parece que el sueño, su propia ensoñación, ya desfallece o tal vez ya no exista.... Y decididamente cualquier lector puede pensar entonces que soñar es perjudicial y enfermizo, una especie de castigo para aquellos que son excesivamente románticos o excesivamente estúpidos pues los soñadores, al menos en gran parte de la literatura universal, siempre son derrotados por la vida, o al menos derrotados en el mundo de la ficción, y por eso siempre se esconden, como si intuyeran su fracaso, o su dolor. Así, al menos, se percibe en el protagonista de Dostoievski, a quien el autor, utilizando la técnica del monólogo (la obra se narra en primera persona), transforma en narrador directo y en un hombre que ciertamente inspira tristeza por parecer un ser desvalido y timorato, alguien que rehuye de su realidad y que se esconde de la misma, como si, quién sabe, escondiera un turbio pasado de sufrimiento (lo fue el pasado del autor) y para él, su única redención posible sea la soledad, convertirse, al fin y al cabo, en un misántropo y también en un soñador que espera que sus sueños no le dañen (recuerden al personaje Augusto Pérez de la nivola “Niebla” de Unamuno y encuentren similitudes). Se percibe entonces un cierto intimismo en la narración, cuya trama se recrea con rapidez, en tan sólo cuatro noches “blancas”, y una especie de epílogo final, la ciudad de San Petesburgo como escenario de nostalgia, cuando el soñador camina y reflexiona (impresionan algunas de sus indagaciones sobre el alma humana; un inicio, sin duda, del retrato psicológico en la literatura) para encontrar de repente a Nástenka, un ser que también parece indefenso pues llora en soledad, y con quien el protagonista inicia una amistad que finalmente se transforma en un amor sincero por su parte, e idealizado, y posiblemente necesario para reemplazar a otro amor ausente por parte de ella, aunque el amor entre ambos, protagonista y Nástenka, nunca llega a consumarse. Aún así se vislumbra en el final del relato una cierta esperanza, ausente de tragedia, como si retener un recuerdo fuera un motivo suficiente para la supervivencia de un hombre que ha renunciado por completo a sus semejantes.
No es éste uno de los mejores relatos de Dostoievski, quizá un inicio en el vasto imperio de su escritura y una importante aportación para la literatura en general; tampoco el protagonista de “Noches Blancas” puede compararse con los “Hermanos Karamazov” o a Raskolnikov, protagonista de “Crimen y Castigo”. Pero sí es cierto sin embargo que “Noches Blancas” asoma en el recuerdo del lector, tal vez porque la tristeza de sus páginas finalmente consigue aquello que Dostoievski siempre quiso: que alguien pueda creer en el sufrimiento humano como redención para el alma. Un tema recurrente en parte de su obra posterior y que tímidamente comienza a aflorar en sus inicios como autor y en especial en esta novela corta, ágil pero nunca efímera para la memoria, ni en su propia construcción literaria (puede asombrar esta afirmación pues la historia se construye con gran sencillez) ni, sobre todo, en su esencia, es decir, en aquello que siempre queda inmóvil, como detenido en el alma del lector. Y eso, sin duda, es una gran victoria para cualquier autor, y quizá donde se decide qué obra puede trascender y qué obra, sin embargo, camina desde su inicio hacia el olvido, a esa tierra oscura de los sueños rotos o vencidos.