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Frida Kahlo en el centenario de su nacimiento

Por Nieves Rodríguez y Méndez

Febrero 2008

Cuando André Breton enunció que la obra de la artista mexicana Frida Kahlo era “la cinta que envuelve una bomba” parecía no estar equivocado. A tan sólo cien años de su nacimiento (1907-1954) el mundo se ha dado cuenta de la magna obra que la precede y el país en peso se ha dado a la tarea de dedicarle el mayor homenaje que se le puede hacer a un mexicano: exhibir sus obras a lo largo de los tres pisos del Palacio de Bellas Artes, centro cultural de la capital.

Frida Kahlo nació un 7 de julio de 1907 en un pequeño pueblo de la Ciudad de México, Coyoacan. Hija de padre alemán y madre mexicana -oaxaqueña- sintió, desde muy temprana edad, la necesidad de expresarse a través del arte. Su padre Wilhelm Kahlo, fotógrafo oficial del régimen de Porfirio Díaz -derrocado tras la Revolución en 1910-, introdujo a la pequeña Frida en el arte del retocado pictorialista de las imágenes fotográficas, aunque no fue precisamente este lenguaje el que desarrollaría a posteriori.

En 1910, año del inicio de la gesta armada, Frida contrae la polio, enfermedad de gran relevancia entre la población infantil de la ciudad que afectaba al sistema nervioso y que le dejó la pierna derecha visiblemente más delgada que la izquierda. Secuela que le hizo adoptar, entre sus compañeras de escuela, el apodo de “Frida, pata de palo”.

Su ingreso en la Escuela Nacional Preparatoria, importante órgano educativo rector de la época, fue fundamental para el desarrollo de esa personalidad luchadora y corajuda de la que siempre hizo alarde. Allí, reunida en el grupo de “Los Cachuchas” -juntos a otros jóvenes que formarían las filas de la intelectualidad mexicana en las siguientes décadas- y, profundamente enamorada de Alejandro Gómez Arias, padece un grave accidente cuando viajaba en un tranvía camino a su casa en Coyoacan. éste la dejó convaleciente por más de tres meses que se convirtieron, a la postre, en un padecimiento crónico de aguda intensidad.

Frida, en su casa, en un raro aislamiento, se dedica plenamente al ejercicio plástico.

Su contacto con Diego Rivera en la Preparatoria había sido fundamental, ya que, si bien es cierto que en primera instancia ella, como integrante de “Los Cachuchas” le habían gastado diversas bromas mientras éste -comisionado por el Secretario de Educación, el señor José Vasconcelos-, junto a José Clemente Orozco y David Alfaro Siqueiros, pintaba unos murales in situ también lo es que ella, inconscientemente, se había ligado al pintor de modo emocional, llegando incluso a relatar a posteriori que fue en ese momento cuando decidió ser su mujer y la madre de sus hijos.

Son muchos los críticos que dicen que fue Frida la que, cargada con sus cuadros, lo va a visitar para que le dé el visto bueno a sus obras y así, encontrar un apoyo para poder iniciar su carrera como artista, pero todo parece apuntar a que fue en 1926 cuando concretizan su unión en una de las múltiples visitas que hacían ambos a las reuniones llevadas a cabo en la casa que la fotógrafa italiana Tina Modotti -fotógrafa “oficial” del muralismo mexicano y ex-amante de Rivera- tenía en la Calle Abraham González del centro histórico de la Ciudad de México.

Así, el 21 de agosto de 1929, Diego y Frida se casan. Una fotografía los muestra de modo convencional, Diego de pie y rodeando con su brazo a Frida viste un traje de chaqueta pero usa sus viejos zapatos de pintor mientras ella, sentada, va tocada por unas trenzas adornadas con listón de colores, un vestido de alegres motivos y se rodea con un rebozo de seda. La unión, que duraría hasta la muerte de la pintora -con una breve separación en 1940-, manifestaba el deseo de ambos de pertenenecia pero también la conexión con el mundo indigenista prehispánico que Rivera había preconizado desde su llegada a México en el año de 1922 y del cual se convirtieron -ambos- en baluarte espiritual y principal motivo de exportación, a la postre.

Frida, con sus más de treinta operaciones de espalda y su fuerte carácter mexicano, se convirtió en el tema y modelo principal de su obra. “Me pinto porque soy la persona que más conozco”, decía y era cierto. Su convalecencia y sus recaídas hacían que ésta pasara grandes temporadas en cama por lo que encontró en ella misma un gran tema para no dejar de pintar.

Su muerte, en el año de 1954, la canonizó en el panteón de estrellas que existe en México y del cual forman parte, entre otros, Pedro Infante, María Félix “La Doña”, Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros o el Doctor Atl. Pero Frida parece que ha desatado el mayor fulgor de todos, sus motivos, su arte, su presencia mueve una gran cantidad de masas que se agolpan a la puerta de su Casa Museo en Coyoacan o en cualquier muestra que de ella se realice tanto en México como en el extranjero.

Este año, cuando se cumplen cien años de su muerte, se desata el fervor popular en torno a su figura más que a su obra y da lugar al “mitote” como podría llamarlo ella misma. Ya no es Frida, es la “Fridamania” la que prolifera pero nos da igual, porque la queremos, porque todo México la adora.

La muestra que se abrió en el Palacio de Bellas Artes de la Ciudad de México el día 13 de junio y fue inaugurada, a puerta cerrada, por el Presidente de la República, Felipe Calderón, nos ofrece un recorrido completo por la obra de la artista. En ésta se observan cartas, óleos, fotografías, objetos, libros y otros documentos que hacen de la exposición un verdadero homenaje nacional a la memoria de la mexicana más internacional. Y aunque ésta se ha teñido de sangre tras las declaraciones de la crítica Raquel Tibol al asegurar que dos de los cuadros que allí se muestran son falsos, lo cierto es que el Palacio convertido ahora en Santuario -como fue en su día Capilla ardiente- de la artista, se abre para mostrar la mayor cantidad de obra reunida de ésta compuesta por 65 óleos 45 dibujos, 11 acuarelas, 5 grabados, 50 cartas y más de cien fotografías.

A ésta suma la exposición paralela que fue inaugurada el pasado día 7 de este mes en La Casa Azul de Coyoacan -casa de la pintora- por el Gobernador del Distrito Federal Marcelo Ebrard y el Rector de la Universidad Nacional Autónoma de México, don José Ramón de la Fuente, en la cual se puede observar el contenido de diez cajas inéditas que se encontraban tapiadas en algunos de los armarios de la Casa por orden de la pintora cuando aún se hallaba con vida. Estas cajas, repletas de cartas, fotografías, corsets, medicamentos, juguetes y otros documentos (22.105 documentos, 387 fotografías, 3874 revistas y publicaciones y 2170 libros) que no habían sido mostrados ni estudiados con anterioridad, ofrecen al espectador un ejercicio de reflexión que demuestra, una vez más que la figura de esta notable pintora necesita una nueva relectura, ahora sí, en conjunto, para profundizar de “a de veritas” en su “mera” obra.

A los cien años de la muerte de la pintora, México no puede repetir otra cosa más que “¡Viva Frida! ¡Viva Frida! ¡Viva la Vida!”.

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Valentín Pérez Venzalá (Editor). NIF: 51927088B. Avda. Pablo Neruda, 130 - info[arrobita]minobitia.com - Tél. 620 76 52 60