Revista Minotauro Digital (1997-2013)
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Marzo 2008
Título: Grietas. Poemas del Cabo de GataLa editorial barcelonesa La Garúa ha tenido la acertada iniciativa de reeditar Grietas, el primer poemario de Raúl Quinto (Premio Andalucía Joven de 2004 con La piel del vigilante, y reciente ganador del Francisco Villaespesa con La flor de la tortura, que editará Renacimiento), condenado hasta ahora a una distribución minoritaria. Como señala Eduardo Moga en su epílogo a esta edición, no se trata de una obra insustancial ni primeriza, sino de un libro poderoso e impactante, dotado de una solidez muy poco habitual. Por otra parte, estamos ante una segunda edición ampliada, que incluye una interesante addenda titulada Poemas del Cabo de Gata.
Publicado originalmente en 2002, lo primero que sorprende en Grietas –y será una constante en la trayectoria de Quinto— es la voluntad de enfrentarse a los tópicos y las limitaciones de la poesía de su tiempo. En un momento en que seguía triunfando un realismo costumbrista que poco podía ya aportar, opta por regresar a la mejor vanguardia hispana (los Lorca, Alberti y Neruda surrealistas) y al poder de la metáfora; frente a una literatura confesional y centrada en el yo, nos ofrece un texto en el que la primera persona gramatical ha sido literalmente extirpada del lenguaje; frente a la ingenua desmitificación de un género que hace mucho dejó de ser mito y la búsqueda de la simpatía del lector, instaura una relación conflictiva con éste y recupera una concepción del tiempo cercana a la del Barroco: un presente en fuga perpetua que se materializa en imágenes de degradación, de modo que cada instante es un recuerdo de la muerte.
Para ello, el lenguaje de Grietas recurre a una fisicidad obsesiva en la que la presencia reiterada de las partes del cuerpo –manos, dedos, párpados, ojos, vísceras, huesos- nos empuja a leerlo de manera prerracional con el conjunto de nuestro organismo, quizá siguiendo el lema de Wallace Stevens “la poesía se escribe con los propios nervios” o más bien la experiencia pictórica de Francis Bacon, con quien Raúl Quinto comparte en este libro el choque entre la angustiosa mutación expresionista de la figura humana y los interiores geométricos, abstractos. Así, el cuerpo de los personajes de esta obra es “un cuerpo no desea desmembrarse, / una fiebre de órganos que huyen / escaleras abajo” (“La grieta del uno”); o bien “sus costillas son negras algas de hueso / que se hunden hacia dentro / buscando la humedad” (“La grieta del aliento”) y “muchas manos son lentas escaleras de humo / donde cada peldaño es un muñón abierto” (“La grieta de las manos”). Como en los cuadros del autor de Estudios para una crucifixión, la puesta de escena de Grietas se desarrolla en interiores opresivos, que muestran a un ser humano atrapado en rutinas que no puede modificar (los veinticuatro poemas como las veinticuatro horas del día), en habitaciones donde «todas las puertas mienten», la luz es un «reflejo desvaído» y las ventanas no anticipan «el tacto de las cosas y del aire» (“La grieta de la luz”).
El horizonte se abre en Poemas del Cabo de Gata, doce composiciones paisajísticas cuyos escenarios naturales aportan un vivo contrapunto al enclaustramiento de Grietas. En ellos Quinto trata de reproducir la belleza del territorio descrito mediante un lenguaje eminentemente sensorial: “Cuarto menguante. Sobre el mar / la montaña refleja / su noche líquida, mercurio / oscuro titilando”. Un pequeño libro no exento de compromiso: por desgracia, la actual expoliación del Cabo por la economía inmobiliaria lo dotan de una carga dramática y política, al igual que el resto de la obra de este joven poeta.
Rubén Martín