Revista Minotauro Digital (1997-2013)
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Marzo 2008
El viaje iniciático (o Bildungsroman homérica) que constituye Don Segundo Sombra, tiene por objeto la formación moral del protagonista; no obstante, en 1926 Güiraldes afirmó buscar ser discípulo literario del gaucho, por cuanto hemos de entender que el centro de gravedad de la novela no es Segundo Sombra, sino Fabio Cáseres: en este punto, se advierte la problemática retórica por la que Borges vislumbra cómo el protagonista es el arquetipo del hombre letrado en cuya narrativa convive el francés y el cimarrón; de esta manera, la reciprocidad en la obra, entre el amor de Güiraldes por París y Baudelaire, y su vivencia en la pampa, no es solamente dialéctica, ya que también es posible analizarla desde un punto de vista hermenéutico, pudiendo conjugar símbolos propios de las obras clásicas, con las destrezas vivenciales del gaucho. Por consiguiente, es la alianza entre el estilo europeo y el paisaje pampeano la que lleva a decir a Marechal que Güiraldes destrona la figura del gaucho inepto, sanguinario y vicioso (olvidando que hacia la década del treinta, el gaucho en Buenos Aires no era ya sino una idea, un concepto sin referencia sensible).
El Hades, etimológicamente, puede definirse como la región en la que viven aquellos privados de ver con los ojos del espíritu (concepción que necesariamente se relaciona con Platón y su contemplación de las Ideas); fueron los estoicos quienes comprendieron que los mitos habían de ser interpretados como alegoría de un sentido meta-lógico. Los hebreos, en la escuela de Alejandría, aprehendieron el mismo método hermenéutico para dar razones sobre la Biblia; en este sentido, el Hades griego devino luego en el infierno cristiano. El valor simbólico del Hades es el de aquella región oscura (utilizada por Tolkien y Lewis) en la que el héroe debe ungirse para renacer: el mecanismo del viaje heroico puede advertirse en la tragedia de Edipo, los trabajos de Hércules y el retorno de Odiseo; el suceso más profundo y en el que mayor tensión ha de concentrarse es el momento de la anagnórisis, cuando el héroe se contempla a sí mismo alcanzando el éxtasis dionisiaco que provoca el desborde del espíritu, la disolución del ego y la evocación de las palabras inscriptas en el templo de Delfos: “Conócete a ti mismo”. La tragedia de las obras teatrales griegas supone la muerte del actor en el escenario: el coro, que según Nietzsche representa al pueblo, es testigo de su infierno y resurrección. La obra clásica no puede prescindir del descenso al Hades. Así, el infierno de Martín Fierro es el desierto y la indiada: la salvación de la cautiva es la liberación del alma. Si Lugones, efervescentemente escribió que Don Segundo Sombra se situaba al nivel del Facundo y el Martín Fierro, consideramos necesario analizar el infierno narrado por Güiraldes en el capítulo XV de Don Segundo Sombra.
La insistente descripción del paisaje radica en el hecho de que Güiraldes, según había confesado a Borges, escribía para porteños y no para peones: el universo de su imaginación era la pampa, pero su prosa era urbana. En consecuencia, introduce pequeños elementos simbólicos propios de la literatura clásica que constituyen el ambiente infernal hacia el que se dirige Fabio Cáseres: el primero que consideramos importante es la presencia del álamo, dedicado en tierras griegas al dios Hades, soberano del mundo de los muertos; asimismo, el álamo sin hojas alude a un paisaje invernal, decadente y seco, en mitad de un desierto nocturno. Otro aspecto sublime del relato es el palenque (que es un terreno cercado por una estacada donde comúnmente se celebra un acto solemne): he aquí que el palenque anticipa lo que sucederá cuando Cáseres ingrese, tierra adentro, en una estancia arrojada al olvido, sin poblaciones cristianas, sin alegría, sin gracia de Dios. Aquél símbolo esencial que invoca el descenso a los infiernos del personaje, es el cangrejo: así como el primo que sonríe junto a Sancho escribiría en su libro Transformaciones lo sucedido a Don Quijote en su camino a la Cueva de Montesinos, el cangrejo en Don Segundo Sombra simboliza la metamorfosis: para los antiguos egipcios era el cambio, por ser animal lunar, atinente a la constante reconversión del hombre; el cangrejo refuerza su símbolo a partir del color fuego y vida, que para los alquimistas no representa sino el fuego interior, la llama que permite la revolución; el cangrejo come lo que no sirve, avanzando y retrocediendo: retrocede purificando los conocimientos del pasado para avanzar converso (el descenso de Cáseres al infierno consistirá, pues, en romper el caparazón del cangrejo). Asimismo, Don Segundo hace referencia a las espinas de un pescado, probablemente relacionado con la imagen de Jonás en el vientre de la ballena. Otros elementos que gradualmente crean el infierno de Cáseres son el humo de la bosta expandiéndose por el campo; el presagio de hostilidad que siente el protagonista; el paisaje descolorido, sombrío, lúgubre y magro y el barro abriéndose como un surco de agua. Luego, Güiraldes juega con la figura de una yegua saliendo del agua: si analizamos la simbología del caballo advertiremos la doble naturaleza solar-tónica que presenta; el caballo comenzó siendo concebido con relación a la tierra y lo funerario, con la muerte; después, cuando es domado por el hombre se convierte en animal solar representando la fuerza y los instintos exaltados, es decir, lo inconsciente. Principalmente, hay imágenes, retenidas por el folklore, en que el caballo surge galopando desde las profundidades de la tierra o los abismos del mar llamándoselo “Hijo de la noche y del misterio”, según comenta Chevalier, puede representar también al caballo arquetípico portador tanto de la muerte como de la vida; crónicas de Persia, dicen que el ataúd significa “caballo de madera” y no es menor el dato por el cual los celtas asocian la muerte, el demonio y sus emisarios con los caballos.
Las exclamaciones de Fabio Cáseres no son menos que alusivas al mito del retorno, al vientre de la ballena y el descenso al Hades: “¡Morirse ahogado en tierra! Y el barrial que debe apretar los costillares. Sentirlos llegar al hueso, al vientre…” La simbología funeraria que establece Güiraldes empujará a Fabio Cáseres a su experiencia ante la muerte, brujería y locura dentro de un rancho olvidado; Don Segundo lo deja allí solo (porque el descenso debe ser individual) y en aquél lugar, donde se mezcla miedo, desesperación y fuerzas invisibles contra las que Don Sixto, borracho que representa a Dionisio, pelea, Cáseres se contempla a sí mismo como ser finito e insubsistente, porque tras el descenso, el protagonista reconoce su condición humana y debe retornar como Odiseo a su ítaca. Sin embargo, la muerte de Cáseres no es solamente simbólica: es la muerte del último gaucho argentino, de manera que Borges tallará “El Fin” sobre una lápida.
La lucha entre federales y unitarios, filosóficamente comprendida como la dicotomía entre barbarie y civilización, tiene sus mayores exponentes en la literatura a través de Martín Fierro y Facundo como manifestación de una realidad histórica sincrónica al momento de la publicación de cada una de las obras. Empero, Don Segundo Sombra es publicada en un momento en que no existía lucha por la instauración de ninguno de los modelos políticos de país, y en la divergencia civilización-barbarie, claramente Buenos Aires había orientado su cuerpo de cemento hacia Europa. De esta manera, Don Segundo Sombra es una obra anacrónica en la que se produce la síntesis de Facundo y Fierro, en tanto, ese porteño que admira a Paris y a Baudelaire, describe la moral, el estilo y humanidad de un gaucho que ya no existía.