Revista Minotauro Digital (1997-2013)
Compártelo Tweet
Febrero 2009
A mis alumnos
En los últimos meses del año 2008 y primeros del 2009 pudimos ver en Madrid las obras de Rembrandt van Rijn y Alberto García-Alix. Apenas las separaban unos centenares de metros, pues si las del primero colgaban en las paredes del Museo del Prado, las del segundo lo hacían en las salas del Centro de Arte Reina Sofía. La del pintor llevaba por título: “Rembrandt. Pintor de historias”; la del fotógrafo: “De donde no se vuelve”. Desde muchos puntos de vista las propuestas estéticas de estos dos artistas están muy alejadas. Trescientos años los separan y esa resulta una distancia insalvable. Sin embargo, mientras paseábamos por las salas del Reina Sofía, las sombra de Rembrandt planeaba sobre las fotografías que allí colgaban.
La relación que nosotros percibíamos entre ambos artistas nada tenía que ver con una posible influencia del pintor sobre el fotógrafo o, a la inversa, con una improbable inspiración de éste en aquel. Era de naturaleza distinta, enigmática y perturbadora por una lado pero diáfana, pertinente al menos, por otro. Al modo de Borges cabría pensar que Rembrandt había podido imaginar alguna de aquellas fotografías, precisamente las que a nosotros más nos gustaban. O que García-Alix era en cierto sentido un precedente del pintor de Leiden, invirtiendo el sentido del tiempo. Cosas del arte, del artificio del arte.
Garcia-Alix: Leticia y Ana Curra | Rembrandt: Artemisa |
Esta relación se presentaba paradójica: nos parecía perentoria, sugestiva, pero tampoco se mostraba como algo evidente o fácil de demostrar. Era necesario formular una hipótesis verosímil que diera cuenta de la misma. Los dos conceptos que nos ayudarán a tratar de entender la proximidad de estos dos artistas son los de luz y cuerpo. No creemos exagerado decir que en el arte de Rembrandt y García-Alix, luz y cuerpo explican una parte muy importante de su producción. No toda, ciertamente. Pero cuando esos dos componentes concurren en sus obras es cuando ambos alcanzan elevadas cotas de intensidad y lirismo, de expresión y emoción que impactan profundamente en el espectador. Haremos una exposición de esta tesis a partir de la combinación triple de ambos conceptos: cuerpo luminoso, cuerpo sombrío y cuerpo oscuro.
El cuerpo luminoso es fuente de luz, cuerpo apolíneo. Apenas tiene sombras pues la luz le pertenece. El cuerpo luminoso impone su presencia y ejerce un poder paralizante sobre el espectador. Es revelación. Muchas de las fotos de García-Alix responden a este concepto. Así “Leticia y Ana Curra” (1986), una de las obras más hermosas de la exposición. Apenas hay nada enfático en ella. Admiramos la limpieza de esos rostros, la seguridad de su mirada y la expresión de una moral sin culpa. “La inglesa” (1995) tiene la rotundidad expresiva y la luminosa belleza de una escultura de Brancusi. Y “Javi” (1988) posa ante un vano ciego en una cruce de calles. Mira de frente y su serenidad y equilibrio se remarcan con un juego de líneas cartesianas que dibujan una mandorla sobre el muro en el que se apoya. Su propia luminosidad dota a estas figuras de un aura sagrada. La “Artemisa” del Museo del Prado, pintada por Rembrandt en 1634 es también un cuerpo luminoso: triunfa sobre las sombras que lo rodean. La escala monumental sirve para resaltar esta poética. La luminosidad no queda reservada al rostro y a las manos. Todo el cuerpo es una llama, joyas y telas participan de esa luz que es mucho más que una luz física y que confiere a la figura una grandeza que atrae como un imán. Cuerpo radiante que asume la vida con decisión y dignidad suprema.
El cuerpo sombrío deja constancia de que la vida es una experiencia de la que nadie sale ileso. En este sentido la biografía de Rembrandt es ejemplar, ejemplarizante también. Igualmente la de García-Alix: basta leer el guión literario del vídeo que acompaña a la exposición. El cuerpo no miente. La sombra cae sobre él y revela su fragilidad. La luz procede de fuera y modela el cuerpo, marca sus líneas dándole una fuerte carga dramática. El artista suele resaltar este efecto mediante la composición o el encuadre. “Jeremías lamenta la destrucción del templo” (1630), de Rembrandt o “Teresa” (1983) de García-Alix son dos magníficos ejemplos de cuerpos sombríos. El primero apoya su cabeza en el brazo izquierdo, al modo de la “Melancolía”, pero con marcado sentido trágico. La segunda es un rostro partido en dos por el marco de la foto. Una de las pocas figuras en primer plano que no nos mira. Adivinamos la sombra en ese rostro que falta, en esa mirada oblicua y saturnal que se dirige fuera de nuestro campo visual: un rostro ido.
Rembrandt: Betsabé | García-Alix: El dolor de Elena Mar |
En otros casos una luz senescente baña toda la obra, como expresión de inquietud o abatimiento: “Betsabé” (1634) y “El dolor de Elena Mar” (1992) nos ofrecen ejemplos paradigmáticos. El cuerpo desnudo conserva su luminosidad, sigue siendo muy bello, pero el rostro se ha vuelto sombrío -“Verdad dice quien sombra dice”, leemos en un poema de Paul Celan. Para reflejar ese estado de ánimo el artista prescinde de todo elemento narrativo. Y recurre a sutiles claves -la carta que sostiene la primera y el tatuaje que exhibe la segunda- para que podamos entender la sombra de esas caras. Crea así figuras silenciosas, ensimismadas, ausentes, en las que la tristeza no resta a la figura nada de su ejemplar serenidad.
El cuerpo oscuro (muerto) es uno de los grandes temas del arte. En la exposición de García-Alix el cuerpo golpeado, herido está muy presente (“Eva Gil”, 2000; “Autorretrato con el cuero herido”, 1981). Una poética de la fragilidad del cuerpo recorre las salas del Reina Sofía: heridas, vendas, cicatrices son la prueba de que vivir es un ejercicio peligroso. A veces mortal. Y cuando el cuerpo muere, queda el arte. Sólo el arte es capaz de rescatarnos de la muerte, de hacernos vivir más allá del tiempo. Gracias al arte aspiramos a seguir habitando espacios que ya no nos pertenecen.
“De ti no quedan más/ que estos fragmentos rotos./ Que alguien los recoja con amor, te deseo”. Así comienza un bellísimo epitafio escrito por el poeta José ángel Valente en un libro póstumo. El cuerpo como despojo. Miguel ángel ha dejado en la “Pietà Rondanini” el más intenso homenaje al cuerpo muerto. Cadáver que se niega a morir del todo. En estas exposiciones dos obras con esta iconografía alcanzan elevadas cotas de calidad y emoción: “El entierro de Cristo” (1636-39) y “Abilio Mateu” (1998). En Rembrandt la blancura del sudario es promesa de resurrección; su luz tiene un carácter metafísico. En García-Alix la sábana es mortaja. Los pies que de ella asoman no sólo están muertos, están yertos. Sólo el arte los mantiene vivos. Escribe el artista: ”La fotografía es un poderoso médium. Nos lleva al otro lado de la vida. Y allí, atrapados en su mundo de luces y sombras, siendo sólo presencia, también vivimos. Inmutables. Sin penas. Redimidos nuestros pecados. Por fin domesticados...Congelados”.
Rembrandt: El entierro de Cristo | García-Alix: Abilio Mateu |
Luz y cuerpo son dos importantes recursos que los artistas ponen al servicio de una iconografía. Materia y forma del arte a la hora de hacer un cuadro o una fotografía en los que se cuenta una historia. Y es este aspecto el que creo explica, en último término, la proximidad entre estos dos artistas tan alejados en el espacio y en el tiempo. En ambas exposiciones la historia tiene gran relevancia. En “Rembrandt. Pintor de historias”, el relato bíblico o mitológico ofrecen los temas al pintor de Leiden. Su tratamiento rara vez es heroico, tampoco meramente narrativo. Introduce en sus cuadros elementos de interpretación ambigua que nos obligan a un atento ejercicio de observación y documentación. En otros casos se elimina la historia y se hace de la misma una escena profundamente introspectiva en la que el gesto de los personajes es de altísimo valor (“Betsabé”, “Susana y los viejos”).
En García-Alix también la historia está presente pero no como narración sino como evocación. El texto literario que acompaña a la muestra combina la cita literaria con referencias a una historia personal y colectiva: “Han pasado muchas cosas en treinta años”; “Fotos y más fotos que dejan tras de sí un eco. El eco de mis pasos”. El eco de un relato contado de modo elíptico, de forma sincopada, como en duermevela, en la que esas figuras monumentales (“Camarón”, “Santos”) musitan apenas una historia de donde no se vuelve.