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Son para un tiempo difunto

Por Santiago Rodríguez Guerrero-Strachan

Marzo 2005

El tiempo, eso nos dicen, es progresivo y deja el pasado sembrado de cadáveres, aquellos que no supieron, no pudieron o no quisieron seguir el veloz paso impuesto. La muerte, física o vital, es eso, la imposibilidad o la negación a seguir los tiempos marcados. De ahí que haya gente fuera del tiempo, esos viejecillos asombrosos que visten el mismo traje de hace quince o veinte años, ajenos a los dictados de la moda, con las mismas gafas de concha antigua, anclados en su mundo – como, por otra parte, suele ser común en las personas de edad, vueltas a su juventud e infancia, quizás como un remedio para compensar la ausencia física de cada vez un mayor número de personas. Poca gente se da cuenta de la falsedad que rodea semejante idea del tiempo y de la vida. Hay seres expulsados muy pronto, incapaces como son de adaptarse a un ritmo y una sociedad despóticas. No suelen ser personas que se quejen de su mala fortuna ni que blasonen de su rebeldía. Antes bien son todo lo contrario, como Claudio Magris nos muestra en Trieste. Saberse ajeno al frenético ajetreo del común no produce alegrías salvo en los impostores; todo lo contrario, suele embargarlos una suave pesadumbre, del de que sabe que no es bella la derrota pero se sabe firme antagonista del éxito contemporáneo con sus humillaciones, sus sumisiones y sus renuncias.

En algunos casos, la tendencia se exacerba con ciertas contingencias que nos sobrevienen en la vida. Pienso ahora en Guillermo Cabrera Infante, persona que pareciera dotada de una especial sensibilidad para no abandonar el pasado y cuyo obligado exilio contribuyó a aumentar y refinar. Si mira la vida y los gustos de Cabrera Infante, el lector se dará cuenta de que su pasión por el cine es sobre todo pasión por un tiempo perdido, por el de las actrices de los años cuarenta, por la época de los clubes y los magnates – en cierto modo, el mundo del que Francis Scott Fitzgerald dejó constancia en El Gran Gatsby y El último magnate. época que, también en cierto modo, se repetiría durante la época de Batista en Cuba, porque la nostalgia por el mundo del cine americano se refleja, con sus propias singularidades, en los años locos de La Habana anteriores a la revolución, momento que significa un corte radical en la historia cubana y que permite a Cabrera Infante aislar el pasado, el de sus sueños idealizados, y el de su vida antes del exilio. La historia – la siniestra historia megalómana y lanzada hacia el abismo de la muerte, el dolor y el sufrimiento – le ha brindado asimismo una apoyatura en el reforzamiento de su nostalgia. Entre los años treinta y sesenta, con el inicio del bloqueo, La Habana vive una época dorada – mitificada en la literatura, en los recuerdos, en algunas películas –, una extraordinaria explosión vital – estimulada por las drogas, el contrabando y la Mafia americana – llenándose de bares, cantinas y los famosos clubes como el Tropicana.

En sus orígenes, la música es eminentemente rural como corresponde a un país de economía primaria, pero poco a poco, en parte por imitación de los Estados Unidos, la radio va llegando a todas partes y con ella, melodías y ritmos extranjeros – al igual que lo eran los primeros ritmos africanos que dieron lugar a la música popular cubana, o la música francesa más tardía, o la arquitectura colonial que es ya uno de los signos de la isla. La radio, los boleros, el son, el fílin – música esencialmente nostálgica – las grandes bandas al estilo de las americanas donde destacaban Bebo Valdés o Benny Moré, sextetos y septetos, tríos, y un ambiente inigualable, un deseo ansioso de divertirse y de bailar hasta el punto de haber creado la triste postal turística de Cuba aun hoy en día, acapara el recuento de esos días.

Por razones múltiples – algunas incomprensibles, otras bien claras – la nostalgia va enraizándose. Desde sus inicios América se configura como un territorio en el que la acción humana, histórica, temporal, ha clausurado el Paraíso, espacio ajeno al humano tiempo histórico. Además en el caso de Cabrera Infante, la dictadura castrista supone, ya lo he dicho, asimismo una ruptura y la lenta cristalización de un mundo que desaparece al tiempo que queda fijado en el ambiente. La arquitectura de La Habana, espejo de una época de abundancia y gusto por la vida social como pocas ciudades pueden reclamar para sí, ha ido deslizándose hacia la decrepitud sin dejar de reflejar, de manera negativa, el esplendor, y eso conduce al afloramiento de la nostalgia, que se refuerza con la certeza de que dentro de poco todo será barrido por la especulación y el nuevo urbanismo antihumanista.

El tiempo, o sus aliados – la técnica, los nuevos gustos, la generaciones que se suceden y sus distintos intereses – se alían para que desaparezca una época. Aún hay sones, y boleros y guajiras, pero no el espíritu que los originó, al igual que tampoco las técnicas de grabación y prensado de discos, con lo que las nuevas grabaciones suenan técnica y digitalmente perfectas pero carecen del sentimiento que el disco de 78 r.p.m. tenía y el que transmitían los músicos, creadores de las formas musicales originales. Si la época se acabó y la sociedad desapareció, lo que nos queda son las grabaciones históricas, al igual que el cine de entonces nunca volverá porque las nuevas tecnologías nos llevan, sin que queramos remediarlo, hacia un cine espectacular en lo externo y vacío en sus contenidos.

Guillermo Cabrera Infante, herido de nostalgia por una probable tendencia innata y por la circunstancias que hicieron su vida, refleja esos años, que también son en parte los de su crecimiento y madurez. Hay más Cuba en sus novelas que en los viajes programados, que en las películas justificadoras, o que en los píos deseos de tanto misionero turista político. A pesar de los largos años de exilio, de los odios que suscitó – aunque hubo algunos que por mera estrategia rectificara su primigenia animadversión – a pesar de tantas cosas, en sus libros – que solo en un sentido aproximado pueden considerarse novelas o cuentos – recoge la vida que vivió según lo recuerdan sus miopes ojos de adulto apasionado a la literatura y el cine – dos de los más poderosos medios mitificadores.

Santiago Rodríguez Guerrero-Strachan es autor del libro En torno a los márgenes. Ensayos de literatura poscolonial, editado por Minotauro Digital. Leer más >>
Valentín Pérez Venzalá (Editor). NIF: 51927088B. Avda. Pablo Neruda, 130 - info[arrobita]minobitia.com - Tél. 620 76 52 60